lunes, 17 de diciembre de 2012

LAS FINALES MÁS INCREIBLES EN LA DESGRACIA MÁS ABSOLUTA nº29 Revista Kaiser 12/12/2012


Las finales más increíbles en la desgracia más absoluta

             Era finales de mayo de 1989 y la tragedia de Hillsborough todavía martirizaba la memoria del fútbol inglés. Había pasado poco más de un mes desde que un partido de semifinales de FA Cup entre Liverpool y Nottingham Forest disputado en la ciudad de Sheffield acabara en la mayor catástrofe de la historia del fútbol británico. Noventa y seis hinchas del Liverpool murieron aplastados contra las vallas del estadio de Hillsborough a causa de una avalancha. Es septiembre de 2012 una comisión de investigación independiente publicó una resolución en la que concluía que las causas no habían tenido que ver con acciones violentas provocadas por los aficionados (como se había intentado hacer creer hasta entonces), sino a causa del exceso de aforo y las deficiencias de un estadio que no cumplía los requisitos de seguridad exigibles.
            La Liga inglesa de esa temporada había sido un tanto extraña. El Arsenal comenzó barriendo a sus rivales y llegó al mes de febrero con 19 puntos de ventaja sobre el Liverpool. Los de Anfield fueron recortando puntos poco a poco al equipo de Londres con la vista puesta en el encuentro que les debía enfrentar el 23 de abril. La desgracia ocurrida en Hillsborough ocho días antes obligó a aplazar el encuentro, que se acabaría disputando el 26 de mayo, con todas las competiciones concluidas y como partido que cerraba la Liga. A partir de febrero el Liverpool se convirtió en una máquina de aplastar rivales. El equipo entrenado por Kenny Dalglish vencía en la antepenúltima y penúltima jornada al QPR (2-0) y al West Ham (5-1), mientras el Arsenal se hundía perdiendo ante el Derby Country y empatando con el Wimbledon, lo que propiciaba que el Liverpool sobrepasara a los gunners en la tabla y se colocara con todo a su favor para ser campeón en casa ante el Arsenal en la última jornada. El Liverpool había completado una remontada histórica levantando 19 puntos en tres meses e iba a llegar al último encuentro de Liga con tres puntos de ventaja y con una diferencia de goles de +4 respecto al Arsenal. Decir que en la liga inglesa los desempates no se solucionan con el golaverage particular entre los enfrentamientos directos como en España sino que cuenta el saldo de la resta entre goles anotados y encajados, que en caso de ser el mismo prevalece el del equipo que ha marcado más goles a lo largo de la temporada. Resumiendo, a falta del Liverpool-Arsenal de la última jornada el Liverpool tenía 76 puntos y +39 en el golaverage (65-26), mientras que el Arsenal con tres puntos menos lo tenía de +35 (71-36). Con estos números al Liverpool le valía la victoria, el empate e incluso perder por un solo gol; mientras que el Arsenal ganando por dos goles igualaba a puntos y a golaverage, pero le bastaba para ser campeón por haber anotado más goles.
            Pero seis días antes de éste decisivo partido el Liverpool tenía otra cita importantísima en el estadio de Wembley. Los reds disputaban la final de la FA Cup ante sus vecinos y archienemigos del Everton, después de haber superado en semifinales al Nottingham Forest en el pospuesto partido de la catástrofe de Hillsborough. El derby de Merseyside se iba a convertir en una de las finales más espectaculares y emocionantes que se recuerdan, tanto por la presencia de las víctimas de la tragedia en la memoria de todos los aficionados como por el electrizante partido que iban a brindar a sus hinchas los dos equipos más importantes de la ciudad de Liverpool. Wembley se llenó hasta la bandera, repleto de hinchas de ambos clubes que habían llegado a pagar en la reventa 170 libras por entradas que costaban 18, y que lucían camisetas con mensajes unitarios para los habitantes del condado, o los colores azul y rojo de los dos equipos mezclados, símbolo de unión de la ciudad ante la tragedia. Con la bandera británica a media asta, los jugadores de ambos equipos luciendo brazaletes negros y después de un estremecedor minuto de silencio sepulcral, Gerry Marsden cantante de Gerry & the Pacemakers puso la piel de gallina a los espectadores con su versión del “You never walk alone”, canción acuñada por el Liverpool como himno desde los años 50. 



            

                Dio comienzo el enfrentamiento y enseguida se adueñó el Liverpool del partido. Fruto de este dominio el irlandés John Aldridge avanzó en el marcador a los reds a los cuatro minutos de encuentro. A partir de aquí el Liverpool siguió dominando toda la primera parte en una muestra de potencia y velocidad a la que el Everton apenas podía hacer frente pero que no se traducía en goles, lo que dejaba abierto el partido para el segundo tiempo. Tras el descanso las fuerzas se igualaron. Pasaban los minutos y el Everton se vio obligado a arriesgar adelantando las líneas porque el título se le escapaba, y comenzó a acosar la meta de Grobbelaar, hasta que en el minuto 89 Stuart McCall que había ingresado en el terreno de juego en la segunda parte dinamitaba el partido y lo mandaba a la prórroga con un disparo duro y colocado lejos del alcance de Grobbelaar. Los aficionados del Everton invadieron el terreno de juego tímidamente y fueron desalojados con mucho tacto por la seguridad del estadio, todavía sensibilizada por los recientes sucesos en Hillsborough. Nada más comenzar la prórroga el galés Ian Rush que había sustituido a Aldridge recibió de espaldas a la portería y en un movimiento de genio se regiró para adelantar a los reds. El Everton no se amilanó, y empató el partido en el minuto 12 de la prórroga. Nuevamente McCall conectó una volea perfecta desde la frontal del área que lo convertía en el primer suplente que anotaba dos goles en una final de FA Cup. Este récord lo iba a igualar dos minutos después Ian Rush con un remate de cabeza a centro de Barnes que le daba el título al Liverpool. Rush que había vuelto a Liverpool tras pasar sin pena ni gloria por la Juventus se convertía en el héroe de la final y se ganaba un sitio en el once titular para el partido que iba a decidir el título liguero el viernes siguiente. El Liverpool se sacudía del fracaso en la final del año anterior ante el Wimbledon y se colocaba a un paso de convertirse en el primer equipo británico en repetir el doblete Liga-FÁ Cup tras el conquistado en 1986.
Con la resaca de las celebraciones de la FÁ Cup y con la misión de no perder por más de un gol se presentaba el Liverpool ante sus aficionados dispuestos a revalidar el título liguero y culminar así una remontada histórica que le había llevado a levantar 19 puntos al que había sido líder hasta la semana anterior, el Arsenal. Los gunners que habían comenzado intratables el campeonato se habían desinflado en el tramo final, y llegaban a su campo maldito, Anfield con un bagaje de diez derrotas y tres empates en sus últimas trece visitas. George Graham’s en su tercer año como entrenador gunner había conseguido por fin armar un equipo competitivo en busca de acabar con una racha de 18 años sin ganar la liga inglesa.
En los prolegómenos del partido los jugadores del Arsenal homenajearon de nuevo a las víctimas del desastre de Hillsborough portando un ramo de flores cada uno. Ya en el encuentro el Arsenal presentó un engañoso 5-4-1, a priori defensivo pero que le permitía usar a los laterales como puñales por las bandas y que limitaba el ataque de los locales por los costados. El Liverpool alineó juntos esta vez a su pareja de delanteros bigotudos Aldridge y Rush, aunque este último, héroe de la final de la FA Cup seis días antes, se retiraba lesionado a la media hora. La primera parte acabó sin goles y con solo una ocasión clara para cada equipo, aunque la rapidez en la contra gunner mantenía inquieta a la hinchada local. A los siete minutos de la reanudación el árbitro señaló un libre indirecto en la zona de tres cuartos a favor del Arsenal. Winterburn botó la falta buscando la cabeza de Alan Smith que rozó ligeramente para mandar el balón al fondo de las mallas y poner en ventaja a los londinenses. Los jugadores del Liverpool corrieron a protestar al árbitro reclamando que Smith no había tocado el balón y por tanto la falta, al ser indirecta debía repetirse. El árbitro tras consultar con el linier concedió el gol. Las cámaras de televisión dieron luego la razón al árbitro, pues se aprecia que Smith sí llega a tocar la bola. Con el gol el partido cambió radicalmente. Ambos equipos se abrieron, conscientes unos de que necesitaban otro gol para ser campeones y sabedores los otros de que los 38 minutos que restaban para el final eran demasiados como para arriesgar a defender dentro de su área durante tanto tiempo. Así las cosas las ocasiones se sucedían. El Arsenal con la entrada de Groves y Hayes pasó a jugar un 4-4-2 que le permitía atacar con más jugadores pero que facilitaba las contras del Liverpool que mantenía a Barnes y Aldridge arriba. Michael Thomas pudo hacer el segundo para el Arsenal en el minuto 74 pero Grobbelaar detuvo su disparo desde dentro del área. El Liverpool también había dispuesto de las suyas para sentenciar el título pero el marcador no se movía. En las gradas los aficionados más optimistas del Liverpool celebraban el título, mientras el resto se mordía las uñas ansiando que el árbitro pitara el final. En el minuto 92 una internada de John Barnes por la derecha fue interceptada por Richardson que cedió a su portero Lukic. El portero del Arsenal abrió al lateral derecho Lee Dixon iniciando sin saberlo el que iba a ser el contraataque más famoso de la historia del fútbol inglés. Dixon lanzó el balón a Alan Smith que giró para meter un gran balón a Michael Thomas que con suerte se plantó mano a mano con el portero y tras amagar primero batió a Grobbelaar y enmudeció Anfield. Thomas enloquecido daba volteretas mientras todo el equipo corría a abrazarse ante la cruda mirada de un Kenny Dalglish hundido. El Arsenal rompía todos los pronósticos y se proclamaba campeón casi dos décadas después.
            Con Anfield envuelto en un ambiente de dramatismo absoluto el capitán gunner Tony Adams alzaba al cielo de Liverpool una copa histórica conquistada en un año para el recuerdo en el que la impotencia de los aficionados ante los sucesos de la tragedia se hizo un poco más llevadera (si es que era posible) con dos finales de infarto en las dos competiciones inglesas por excelencia. Esa mezcla de emociones encontradas quizá es lo que quería explicar el ex entrenador del AC Milan Arrigo Sacchi cuando dijo que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes.




Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº29 12/12/2012
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viernes, 30 de noviembre de 2012

UNA JUGADA REDONDA -Publicado en sportsilver.es- 30/11/2012

UNA JUGADA REDONDA


                Que a Roman Abramovich la conquista de la Champions League la campaña pasada le iba a salir muy cara esta temporada se veía venir. La renovación de Di Matteo era el precio a pagar por un hombre agradecido que había visto como por fin tras nueve años de mastodóntico proyecto la suerte le otorgaba lo que en tantas temporadas le había negado descaradamente. El equipo venció jugando defensivamente -igual de admirable que hacerlo al ataque-, pero defendiendo mal (la cantidad de ocasiones que le generaron en todas las eliminatorias lo evidencian). Un equipo entonces limitado pero con uno de los mejores porteros de la década entre los palos y el mejor nueve que ha visto la Premier en años. El Chelsea era Cech y Drogba. Además de una confianza total en sus mínimas posibilidades del resto de jugadores perteneciente a esa generación (los Lampard, Terry, Cole, Essien y compañía) a la que el fútbol les debía un hueco en la historia.
                A comienzos de año Drogba se fue a China y el Chelsea se quedaba huérfano. A Di Matteo se le escapaba el puntal que había sostenido su famosa flor y se iba a tener que conformar con un delantero en el que apenas había confiado y que es esclavo del elevado precio que se pagó por su traspaso y de su astronómico salario.
                La llegada de dos fenómenos como Oscar y Hazard completaban junto a Mata una espectacular línea en la mediapunta a la que en el primer tramo de temporada le sobraba para sacar los partidos adelante (siete victorias y un empate en los primeros ocho partidos de Premier) pero que en partidos machos como en la final de la Supercopa de Europa ante el Atleti o en los del duro grupo en el que cayó en Champions echaron en falta un goleador, además de un medio con criterio que nutriera de balones a la mediapunta. Su irregular dinámica en Champions contagió al equipo en la Premier, y  su juego tornó a mediocre a medida que pasaban las jornadas. La derrota ante la Juve que deja al equipo al borde de la eliminación en Champions ha sido el detonante para que Abramovich se cargara a Di Matteo.
                Abramovich debía elegir entrenador, y el abanico de posibilidades pasaba por entregarle el equipo a alguien que sacase partido a tanto talento ofensivo (Redknapp o Rijkaard), algo para lo que se necesita paciencia, o elegir a alguien capaz de armar el equipo en menos tiempo y le imprima carácter ganador que le permita pelear por títulos hasta final de temporada. Y el ruso se ha decantado por la segunda opción.
Y a pesar de no ser Benítez precisamente santo de mi devoción me parece una decisión inteligente y coherente. El Chelsea con el escenario que le ha sobrevenido se plantea ahora mismo dos objetivos: El primero es ganar un título de peso a parte del Mundialito de Clubes, que Abramovich considera innegociable. Y el segundo, más difícil, que a pesar de ser imposible de amortizar el segundo mayor fiasco financiero de la historia –creo que solo el fichaje de Kaká lo supera-, por lo menos se atenúen las pérdidas, consiguiendo colocar a Torres en algún equipo el próximo verano, aunque sea como parte de la contratación de otro jugador. Porque recordemos que Fernando Torres tiene contrato hasta junio de 2016 y cobra 10,8 millones de euros por temporada, una losa demasiado pesada para la presión que soporta el jugador y para las arcas del club londinense.
Por eso me parece un proyecto de jugada maestra la contratación de Benítez. Compite bien cuando se centra solo en una o dos competiciones (solo con el Valencia del doblete Liga-UEFA peleó hasta el final en todas las competiciones), y a lo largo de su carrera siempre que dispuso de un equipo competitivo ganó por lo menos un título por temporada –excepto en la 2006/07 que cayó con el AC Milan en la final de Champions-. Por eso y porque es la última bala para revalorizar a Torres, que rindió al nivel más alto de su carrera precisamente con el entrenador madrileño en el banquillo de Anfield. La guinda es que solo lo ficha hasta final de temporada, lo que le permite seguir llamando a la puerta de Mourinho y Guardiola durante todo el año sin pagar el peaje que supondría echar a un entrenador con contrato en vigor. Que Abramovich no ve a Benítez como entrenador de futuro sino que ansía traer a uno de los mencionados lo evidencia el hecho de que el español no firma como manager general (como es habitual en la Premier) sino como entrenador al uso. Esto visto desde la perspectiva del magnate ruso.
Para Benítez supone un relanzamiento de su carrera. El Chelsea vuelve a poner en el mapa al cotizado entrenador español, que con el equipazo que tiene y lo poco que habrá acordado que le traigan en enero, además de lo que se le suavizará el calendario con la más que probable eliminación de Champions (la dureza de la Champions no es equiparable a la de la Europa League) sorprendería que no ganara algún título. Una temporada aceptable sellada con un título pondría de nuevo a Benítez en el candelero y le permitiría ir a sacar tajada a otro club rico en apuros. Gana Benítez, gana Torres y sobretodo gana el Chelsea.

Abramovich se la juega aun a sabiendas de que la decisión no gusta a su hinchada, que no ve con buenos ojos que la figura más importante de los últimos años en el Liverpool se haga con las riendas del equipo. Y más siendo a cambio de echar a un mito para ellos como Roberto Di Matteo, una de las figuras más arraigadas al club después de pasar seis años vistiendo la camiseta del equipo de Londres y tras llevar por fin la Champions a las vitrinas del museo del club. Veremos si la jugada le sale bien o no, pero es sin duda una decisión valiente de un hombre valiente que solo se justificará consiguiendo alcanzar las metas que Roman se ha fijado para enderezar una temporada que parece de transición y allanar el camino del ambicioso proyecto que se vislumbra para la temporada que viene.


Alberto Egea Estopiñán
@esttoper

viernes, 23 de noviembre de 2012

EL MEJOR EQUIPO SEPULTADO POR SU ENTORNO nº28 Revista Kaiser 24/11/2012

EL MEJOR EQUIPO SEPULTADO POR SU ENTORNO

Con el Mundial de Estados Unidos en el horizonte se atisbaba una selección de Colombia poderosa con ganas de completar la obra que había dejado inacabada en el Mundial de Italia ’90. El entrenador de moda en esos momentos, Francisco ‘Pacho’ Maturana combinó hasta la celebración del Mundial de Italia los cargos de entrenador del Atlético Nacional de Medellín y de seleccionador colombiano, para dedicarse después en exclusiva al combinado cafetero.
En 1989, año mágico para Maturana y para el fútbol colombiano, Atlético Nacional, con jugadores como Leonel Álvarez, Pablo Escobar o el portero René Higuita –héroe de la final- se proclamaba campeón de la Copa Libertadores, primera vez que un equipo colombiano conseguía el título; y mientras la Selección colombiana se clasificaba para la fase final de un Mundial 28 años después de su única participación, tras apear a Israel en la repesca.
Colombia llegaba al Mundial con el aval de haber disputado una dignísima Copa América el año anterior, con la base de un equipo campeón como Atlético Nacional, y con una serie de estrellas emergentes como Freddy Rincón o Carlos Valderrama. Su juego muy técnico y elaborado comenzaba a ser reconocido, pero el hecho de estar en pleno proceso de formación y su inexperiencia en el ámbito internacional hacían de su participación un auténtico enigma.
Tras comenzar venciendo a Emiratos Árabes Unidos por 2-0 y perder contra la potente selección yugoslava por 1-0 llegaban a la última jornada de la liguilla con la obligación de por lo menos empatar ante la selección alemana -que a la postre se proclamaría campeón- para pasar así a octavos de final como mejor tercero. Maturana, amante del fútbol preciosista y de ataque, planteó un partido serio siendo superior a los alemanes en muchas fases del partido. Sin embargo el resultado permanecía inamovible, hasta que en el minuto 89 una combinación entre Matthaüs y Littbarski acababa con un disparo a la escuadra de este último que mandaba a casa en esos momentos a los colombianos. Pero en el descuento alargue iba a suceder lo increíble. Una jugada espectacular del ataque colombiano concluía con un pase antológico de Valderrama que dejaba solo a Freddy Rincón que batía por bajo a Bodo Illgner y metía en octavos a la tricolor. Era el triunfo de una selección que jamás abandonó su estilo. Se hacía justicia y Colombia iba a tener la oportunidad de luchar por pasar a cuartos contra Camerún, equipo revelación del torneo. En un partido muy parejo los 90 minutos ante los africanos acabaron sin goles; en la prórroga el genial Roger Milla adelantó a los leones indomables con un golazo primero y aprovechando más tarde un error histórico de Higuita que avanzado como era costumbre perdió un balón a 30 metros de su portería que aprovechó Milla para poner el 2-0. El riesgo continuo de Higuita avanzado en la salida de balón para dar apoyo a sus compañeros y crear superioridad nunca había sido cuestionado, así que parecía muy ventajista someterlo por ese error. Colombia acortó distancias pero no fue suficiente. Con 2-1 y el tiempo cumplido, cuenta Maturana que gritaba a sus hombres que colgaran el balón para agotar sus opciones, y sin embargo el equipo siguió combinado y tocando de la misma forma que había hecho durante todo el campeonato hasta que el árbitro pitó el final. Al ir Maturana a pedir explicaciones a ‘Chonto’ Herrera de por qué no habían mandado balonazos al área, el lateral le respondió: “Francisco –refiriéndose a Maturana-, llevamos tres años diciéndonos que toquemos, ¿y me vas a decir que la tire?”, y Maturana reflexiona diciendo que ‘Chonto’ tenía razón, era como traicionarnos a nosotros mismos”. Esta anécdota refleja muy bien la identidad de ese equipo, que a pesar del palo, miraba al Mundial de 1994 con optimismo. Y le sobraban razones.
Colombia iba a llegar a ese Mundial con una generación de jugadores en el cénit de su carrera, ya con la experiencia de haber disputado un Mundial y reforzados con dos jóvenes fenómenos como Faustino Asprilla y el ‘Tren’ Valencia. El equipo es una piña, representan en esos momentos el mayor orgullo de una sociedad colombiana enferma, secuestrada por el narcotráfico y la violencia y para la que el fútbol es la única válvula de escape a la dura realidad. En los años previos al Mundial de Estados Unidos Colombia disputa 26 partidos contra selecciones de nivel y pierde solamente uno. Victorias inimaginables hasta entonces para esta selección que dejó en la cuneta entre otros a Brasil (2-0), México(2-1) o Argentina(2-1).
En la Copa América de 1993 solo el fallo de Aristizábal en el sexto lanzamiento de una fatídica tanda de penaltis ante Argentina le apartó de disputar la final.  Mientras en la fase de clasificación para el Mundial Colombia llegó a la última jornada líder e invicta pero con la necesidad de por lo menos empatar frente a Argentina en el estadio Monumental para no ir al repechaje frente a Australia. Argentina en cambio necesitaba ganar para no depender de Paraguay que jugaba en Lima frente a Perú.  En los días previos al partido que disputaría el 5 de septiembre de 1993 se iba a ir cociendo un ambiente de crispación máxima por diversas circunstancias. El encuentro llegaba solo dos meses después de que Argentina apeará a Colombia de la final de la Copa América, y a pesar de no necesitar más de un empate para clasificarse el pueblo colombiano suspiraba por una revancha que dejara fuera del mundial a la selección albiceleste. Tres semanas antes en Barranquilla Colombia ya había ganado a Argentina por 2-1, acabando con 33 partidos consecutivos de imbatibilidad del combinado dirigido por Alfio Basile que aseguró tras el encuentro que “habían sufrido provocaciones y todo tipo de desmanes”. Maradona días antes del decisivo partido que se iba a jugar en Argentina ya se había encargado de dinamitarlo declarando que “no se puede ni se debe cambiar la historia. Argentina está arriba y Colombia abajo”, y ‘Cholo’ Simeone, por si el ambiente no estaba suficientemente caldeado desafiaba a los colombianos diciendo que “Argentina aplastará y borrará a Colombia”. La llegada de la selección colombiana al aeropuerto de Ezeiza fue un calvario. Hinchas argentinos se abalanzaban sobre los jugadores colombianos que tuvieron que soportar escupitajos, insultos y hasta puñetazos, incluido un tirón de pelos de un fanático argentino sobre la peculiar cabellera de Carlos Valderrama. En el Monumental no iba a caber ni un alfiler, y periódicos de la época aseguran que por una entrada se llegaron a pagar hasta 45.000 pesetas de la época.


Portada de El País (Diario colombiano) 06/09/1993

Portada de El Gráfico (Diario argentino) 06/09/1993


El partido comenzó muy tenso, Valderrama y Simeone se malencaraban, Batistuta no lograba materializar en goles el dominio inicial de Argentina espoleada por su hinchada, y Colombia esperaba su oportunidad, hasta que en el minuto 41 de partido una clásica arrancada de Valderrama acabó con un pase en diagonal sobre la incorporación de Freddy Rincón que dribló a Goycochea y adelantó a Colombia en el marcador. Nada más comenzar la segunda parte Asprilla con un golazo aumentó la cuenta. Con 0-2 Argentina se volcó arriba, y Colombia con confianza y con espacios machacó a Argentina. Rincón y Asprilla de nuevo y el ‘Tren’ Valencia a falta de seis minutos redondearon un 0-5 que pasaba a los anales de la historia, y que se convertía a la vez en el mejor partido que jamás jugó Colombia y en la mayor afrenta jamás infringida a la selección albiceleste. Los más de 70.000 espectadores que abarrotaban el Monumental, incluido Maradona despidieron con una ovación a la selección cafetera que acababa con seis años de imbatibilidad como local de los argentinos. A los jugadores de Basile les llovieron duros palos de prensa e hinchada durante los días siguientes, a pesar de que el empate de Paraguay en Perú les había clasificado de rebote para la repesca del Mundial de Estados Unidos, a donde acudirían tras vencer a Australia.
El mismísimo Pelé dijo días después que Colombia era favorita para ganar el Mundial que se iba a celebrar el año siguiente. Maturana había conseguido crear una verdadera familia en ese vestuario repleto de jugadores únicos. Acerca de la unión del vestuario el propio seleccionador colombiano afirmaba que “cuando le pegaban una patada a uno le dolía a todos los compañeros. Esa solidaridad nos llevó a grandes cosas. En el 0-5 con Argentina, por ejemplo, Fernando Redondo le dijo a ‘Chonto Herrera’ que lo que él se ganaba nada más le alcanzaba para comprarse unos cigarros, y ahí mismo ‘Chonto’ le dijo lo sucedido a Faustino Asprilla, quien enseguida se le acercó al argentino diciéndole: Redondo quédate quieto que yo gano más plata que tú”.
Colombia iba a comenzar un sueño en Estados Unidos que acabaría en pesadilla. Su debut contra Rumanía no pudo ser peor. La selección rumana sabedora del potencial atacante de Colombia les esperó en su campo, y tras multitud de ocasiones marradas por la tricolor, un contraataque culminado por Raducioiu y una obra de arte de Gica Hagi puso con 2-0 a los rumanos. Valencia acortó distancias, pero de nuevo Raducioiu con Colombia volcada al ataque cerró el partido en otra contra. La derrota fue un revés para Colombia del que ya no se levantó. El siguiente partido era ante EE.UU. y Colombia estaba obligada a ganar para seguir viva en el Mundial. El día anterior al partido el vestuario conoció la noticia de que un hermano del lateral ‘Chonto’ Herrera había muerto en accidente de tráfico, y el mismo día del partido Maturana acudió llorando al vestuario tras recibir amenazas de muerte a él y a todo el equipo para que no incluyera en el once a ‘Barrabás’ Gómez. Mafias que habían apostado grandes cantidades por Colombia y que querían promocionar jugadores de su región para colocarlos en Europa y así ganar dinero expusieron las amenazas en un televisor para que todos los jugadores las conocieran. ‘Barrabas’ tras este suceso dejaría el fútbol para siempre. El equipo salió a jugar totalmente desestabilizado, agarrotado y atemorizado. En el minuto 12 en una jugada desgraciada el central Andrés Escobar -de 27 años y que tenía un acuerdo para fichar por el AC Milan después del Mundial- desvió hacia su portería un centro desde la banda izquierda que acabo en autogol. Colombia fue mejor, tuvo multitud de ocasiones pero el partido acababa 2-1 y quedó eliminada. Diez días después de su autogol, tras una discusión en la que le provocaron y se mofaron de él por el autogol fue asesinado con seis disparos en la puerta de una discoteca de Medellín. La conmoción en el país fue total. Todos los problemas que tenían arraigados desde hacía tiempo se sobredimensionaban en un personaje público inocente,  y la imagen que exportaban al mundo era la de una sociedad enferma escondida tras un enorme equipo de fútbol.
           Por eso quizá sea ahora que el pueblo colombiano parece haber recuperado la estabilidad de la que carecía a principios de los años noventa, el momento de creer en una joven generación de futbolistas extraordinarios liderada por Falcao y secundada por futbolistas como James Rodríguez, Jackson Martínez, Guarín, Cuadrado o Pablo Armero, que pueda competir de tú a tú con los mejores países del mundo. Seguro que Pekerman consigue llevar al equipo a donde la sociedad colombiana no dejó llevar a Maturana. Porque como el propio ‘Pacho’ dijo “a Escobar no lo mató el fútbol; Escobar era un hombre del fútbol que lo mató la sociedad”.



Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº28 24/11/2012
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sábado, 10 de noviembre de 2012

REAL MADRID, FORMAS Y CONTENIDO nº27 Revista Kaiser 12/11/2012

Real Madrid, formas y contenido

Llama la atención a estas alturas la división que existe entre los madridistas sobre la manera de dirigir al equipo y representar al club de José Mourinho. De sobra es conocido que Florentino Pérez es muy amigo de guiarse por encuestas entre los socios a la hora de fichar. En su primera etapa y en el primer año de la segunda las hacía para orientarse sobre qué jugadores querían los socios, y en el verano de 2010 sobre el entrenador que debía dirigir al club. Históricamente Florentino había subestimado la figura del entrenador, supeditado al director general –Valdano- a la hora de fichar y carente de respaldo frente a jugadores y prensa por parte de un presidente que desde que despidiera a Del Bosque tras ganar la Liga de 2003 y hasta febrero de 2006, fecha de su dimisión había pasado por la guillotina a cinco entrenadores más. La afición madridista y la prensa de Madrid se decantaron por Mourinho,  que un mes antes había ahorrado un dolor de cabeza a la afición merengue evitando que los culés disputaran la final de la Champions League en el templo blanco con la victoria del Inter frente al Barça en semifinales. El Madrid pagaba al Inter 16 millones de cláusula de rescisión y firmaba a Mourinho por cuatro años a razón de más de 10 millones de euros.
            El Madrid y su afición sabían lo que fichaba. O lo debería haber sabido. Mourinho desde que saliera de manera triunfal del Oporto ha repetido una serie de patrones en todos los equipos en los que ha recalado. En las fechas en que Mourinho llega a Chelsea, Inter y Real Madrid respectivamente, existen urgencias históricas de ganar, y dichos equipos están dispuestos a gastar el dinero que haga falta para que así sea. En el Chelsea el millonario proyecto de Abramovich busca en 2004 afianzarse como equipo a batir en Inglaterra y culminarlo con una Champions. Tras su marcha consigue de sobra el primer objetivo y deja pendiente el segundo. Cuando en 2008 llega al Inter el equipo es campeón de la Serie A pero en Europa lleva años pasando sin pena ni gloria. Sustituye a Roberto Mancini y en dos años lo hace campeón de Europa 45 años después. Y en el verano de 2010 cuando llega al Real Madrid, el equipo lleva seis años sin pasar de cuartos en Copa de Europa y el Barça es un equipo prácticamente imbatible.
            Y es que en estos equipos en estado de necesidad Mourinho encaja perfectamente. En su desesperación, los clubes utilizan al portugués como medio para ganar sin importarles el cómo, y Mourinho utiliza a los clubes para engordar su palmarés sin atender a si sus formas o sus actuaciones dañan la imagen de las instituciones que a priori representa. Y por eso no es de extrañar que incluso el Fútbol Club Barcelona preguntase por su situación cuando a Rijkaard se le fue de las manos un vestuario que empezaba a languidecer de éxito. En una situación similar se encuentra el Manchester City. Mientras desde España vemos como Mancini no es capaz de formar un equipo que se corresponda con las excelentes jugadores que tiene, que si no lo remedia un milagro va a ser eliminado por segundo año consecutivo en la liguilla de la Champions League, y que ganó la Premier por los pelos ante el peor Manchester United de los últimos años, en Inglaterra en ningún momento han cuestionado los aficionados citizens al entrenador italiano. Porque les ha hecho ganar. Y lo que desde aquí se ve como casi una obligación (semejante plantilla da razones para ello), desde la óptica del hincha del City que hacía 44 años que no ganaba una Liga, agradecido, lo asume como una proeza.
            Mou labra una carrera propia, ajena a los colores que representa buscando inundar de títulos su palmarés. Su fórmula consiste en crear un grupo fuerte, ambicioso, comprometido y cerrado, nutrido de jugadores contrastados con sus mismos objetivos. Su carisma dentro del vestuario y su afán de protagonismo en los medios le permite crear una coraza sobre el conjunto que protege a los jugadores de todos los ataques externos, tanto los reales que suelen llegar de la prensa, como los paranoicos persecutorios (imposición de horarios de los partidos en su contra, conspiraciones arbitrales, desprotección de su propio club, etc.) que intenta denunciar a modo de cortina de humo para desviar la atención de otros temas más objetivos sobre los que no le interesa hablar. Esta unión que consigue en todos los conjuntos que ha dirigido repercute de manera negativa en el propio club  cuando abandona el cargo, puesto que los jugadores (como el propio Mourinho) no están arraigados al club que les paga, si no a Mourinho.  Todos los equipos que ha dejado (el Chelsea no tanto) han perdido el norte durante un tiempo a pesar de haber contado con los mismos jugadores. Esta situación es más difícil que suceda en un club de cantera en el que el arraigo con el club que tiene el canterano siempre será superior. Quizá por eso Mourinho no fomente las canteras en los clubes en los que está. No sólo porque la formación de un canterano conlleva un tiempo del que Mourinho no dispone en su carrera por triunfar, sino porque no busca futbolistas fieles al club, busca futbolistas leales a él.
                En pro del éxito Florentino Pérez ha pasado de ningunear a los innumerables entrenadores que ha tenido a otorgarle total autonomía a Mourinho, poniendo al club y a su reputación institucional a su servicio. El portugués tiene además el respaldo de un contrato multimillonario cuyo finiquito en caso de despido sería inasumible económicamente por cualquier club (del Chelsea se fue con un finiquito de casi 30 millones de euros). Y Mourinho es trasparente, y su personaje no engaña a nadie. Se sabe de sobra qué se puede esperar de él, en lo bueno y en lo malo. Por eso no se explica los continuos ataques al portugués de la parte del madridismo que aboga por un Madrid respetuoso en sus formas –felicitar al rival en la derrota o quedarse a presenciar la entrega de un título al rival-, que represente al club en lugar de representarse a sí mismo –sobra ver cómo mostraba eufórico el número siete que aludía a su séptima liga a nivel personal tras proclamarse campeón en San Mamés-, y que no transmita una continua sensación de crispación en el club respecto al entorno. Y digo que no se explica porque cuando Florentino trajo a Mourinho esto venía en el paquete. A Mourinho nadie lo trajo para que cambiara su actitud sino para que ganara. Es el mismo que era en Inglaterra o en Italia, y seguirá siéndolo allá donde vaya. Florentino se ha lavado las manos en todas las polémicas que ha creado o se ha visto envuelto Mourinho, y mientras, esta parte del madridismo (para la que la institución significa algo más que las vitrinas del museo) en lugar de señalar al presidente que tanto le ha consentido no solo por no frenarle los pies sino además ampliarle su espacio de poder, sigue intentando corregir al portugués, sin darse cuenta de que a pesar de que ambos –esta parte de la afición y Mourinho- persiguen el mismo fin (la victoria) difieren en el camino para conseguirlo.
            Insisto en que solo me estoy refiriendo a esta parte de la afición madridista que reniega de Mourinho por sus formas, no de la otra, sin duda igual de respetable. Ni siquiera hablo de fútbol en lo que al juego se refiere. Aludo solo a la incoherencia que me parece apuntar a un señor que es perfectamente controlable y suprimible por un superior en lugar de arremeter contra dicho superior.
            Se le acusa, sin faltar a la verdad, de no dar oportunidades en el primer equipo a jugadores de la cantera cuando, sin embargo el único jugador que se han consagrado en el primer equipo desde la entrada en vigor de la Ley Bosman en la temporada 95/96 (momento en que apostar por la cantera deja de ser algo indispensable para la supervivencia de los clubes) ha sido Casillas (Raúl debutó el año anterior), además de algún otro como Guti que se mantuvo en el Madrid con altibajos considerables. Se le pide a Mourinho algo que ni ha hecho en ninguno de los clubes que ha estado, ni ha hecho ninguno de los 15 entrenadores que desde dicha temporada han pasado por el banquillo blanco.
            De la arrogancia del personaje que Mourinho se ha creado han salido ataques a compañeros de actitud ejemplar como Preciado o Guardiola, ha ninguneado a Pellegrini o a (‘Pito’) Villanova, ha dado plantones injustificadamente a la prensa, o ha soltado a su portavoz Eladio Paramés  para que escupiera las barbaridades que él no se atrevía a decir. Incluso cuando Mourinho ha sido devorado por su propio personaje ha llegado a agredir a Tito o a autoexpulsarse en partidos trascendentales como en la semifinal de Champions tras la expulsión de Pepe o en Villarreal en la pasada Liga.
            Todo esto multiplica su dimensión si en el banquillo rival se encuentra un señor como Guardiola que pasa de sus salidas de tono, que no alza la voz, que felicita al rival en la derrota y no presume en la victoria. Y que para colmo le gana la mayor de las veces. Negro sobre blanco.
            Pero que esto no nos haga perder la perspectiva. Ni Madrid ni Barça han sido precisamente modelos de conducta a lo largo de su historia ni han derrochado señorío (palabra que Mourinho se ha encargado de vaciar de contenido) por muchas veces que nos lo digan. Pero pasa que entonces ambos clubes iban a la par en actitudes groseras y forofas. Al insulto de Lorenzo Sanz respondía Gaspart con uno mayor, mientras Nuñez atacaba al Madrid Mendoza botaba con los ultrasur a grito de “es polaco el que no bote”. Y paro. Y en el campo mejor no hablar: butifarras de Schuster o Geovanni, pisotones de Juanito o Stoichkov, etc. En estos escenarios Mourinho hubiera sido uno más, pero no ahora. La excepción es Guardiola, no Mourinho ¿O acaso se hablaría tanto de Mourinho si en el banquillo del Barça se sentara Louis Van Gaal?
            Señorío hubiera sido que Del Bosque o Hierro hubiesen tenido la salida del Madrid que se merecían, y no esperar a que el mundo del fútbol al completo reconociera la labor del salmantino para ofrecerle tarde y mal un reconocimiento que Florentino ni siquiera tuvo el valor de ofrecérselo él mismo directamente. Se le recordará por lo bien que ha sabido exportar la marca Real Madrid al mundo y por el crecimiento económico del club, pero deportivamente en ocho años ha ganado de los tres campeonatos largos (no diré importantes) que se disputan cada año solamente cinco: 3 Ligas, una Copa y una Champions. Cinco de veinticuatro. Parece un balance demasiado pobre para el mejor club de la historia.



Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº27 12/11/2012
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domingo, 28 de octubre de 2012

UNA LEYENDA SIN TÉRMINO MEDIO nº26 Revista Kaiser 24/10/2012


UNA LEYENDA SIN TÉRMINO MEDIO


No existe en Europa una historia más peculiar de un equipo de fútbol que la del Nottingham Forest. Cuenta con 147 años de existencia y actualmente milita en la Football League Championship (equivalente a la segunda división en España) tras el ascenso conseguido en la temporada 2007/08. Su historia  es una continua montaña rusa, capaz de lo mejor y de lo peor que le ha hecho estar desde el pozo de la tercera división inglesa hasta alcanzar la gloria más absoluta entre finales de los ’70 y principios de los ’80.
            Se trata del único equipo que tiene en su palmarés más Copas de Europa (2) que Ligas de su país (1), y del único equipo, junto al Real Madrid -en la primera edición del torneo- que conseguía ganar la Copa de Europa el año de su debut. Además tiene el dudoso honor de ser el único equipo campeón de Europa que desciende a la Tercera división de su país.
            En 1892 se crea la First Division (nombre de la Liga inglesa hasta la creación de la Premier League en 1992), y el Nottingham Forest es aceptado para disputarla después de haberse proclamado campeón de la Football Alliance, liga de 12 equipos que desaparece con el nacimiento de la First Division.
            En 1898 inauguró su estadio, el “City Ground”, lugar dónde todavía juega sus encuentros, y cuyo nombre conmemoraba el reciente reconocimiento de ciudad que acababa de recibir Nottingham. Ese mismo año logró su primer título oficial alzándose con la FA Cup tras derrotar al que sería a lo largo de su historia su más directo rival, el Derby Country, por 3-1. Nadie pensaba que ese iba a ser su único título hasta comienzos de la segunda mitad del S.XX. A partir de aquí comenzaba una sequía de títulos que iba a durar más de 60 años. En este tiempo continuos ascensos y descensos que le llegarían a hundir hasta la Tercera División.
            Pero el primer punto de inflexión en el club para volver a lo más alto llega con el ascenso a la First Division 31 años después, en la temporada 1956/57 de la mano de Jimmy Barrett, delantero inglés que había sido comprado al West Ham tres años antes. El equipo era entrenado por el genial Billy Walker, que dos años después guiaría al equipo hacia la consecución de la FA Cup, disputada en un estadio de Wembley copado por 100.000 hinchas y venciendo en la final al Luton Town. El Forest ganaba 2-0 al cuarto de hora de partido, pero las lesiones de Dwight y Whare en una época en la que todavía no existían las sustituciones, le hicieron acabar el partido encerrado dentro de su área para terminar ganando por 2-1 de forma épica.
            Rozaron el título liguero en 1967, pero el Manchester United de Matt Busby les arrebató el título por cuatro puntos. El Forest parecía que se asentaba como equipo puntero en Inglaterra, pero una temporada nefasta en 1972 les devolvía al pozo de la Segunda División.
            En 1975 se iba a producir un hecho que iba a marcar la historia no sólo del equipo, sino del fútbol inglés y europeo en la década siguiente: El Nottingham Forest fichaba a Brian Clough como entrenador.
Clough había entrenado durante seis años (1967-1973) al Derby Country, al que cogió en Segunda división, lo devolvió a Primera y en 1972 lo hizo campeón de Liga, además de dejarlo a un paso de disputar la final de la Copa de Europa al año siguiente tras caer con la Juventus en una polémica semifinal. Unas polémicas declaraciones acusando a la Juventus de comprar el partido y sus desavenencias con el presidente del Derby Country le llevaron a dimitir. El siguiente gran equipo que dirigiría sería el Leeds United, entonces vigente campeón inglés en el que, debido a los malos resultados y a su mala relación con la grada, solo duró 44 días.
Brian Clough fichaba en enero de 1975, a mitad de temporada de nuevo por un equipo de Segunda división. Se hacía cargo del Nottingham Forest. Esa campaña el equipo mantuvo la categoría, pero a la siguiente Clough ya con su inseparable ayudante Peter Tylor decidieron crear un equipo que devolviera al Forest a lo más alto. Además de conservar la base del equipo con jugadores como John Robertson, McGovern o Martin O’Neill se hicieron con jugadores que hasta entonces no tenían nombre, como el portero Peter Shilton o el centrocampista escocés Archie Gemmill pero que se adueñarían de Europa pocos años después.
En la temporada 1975/76 iba a comenzar una carrera meteórica sin precedentes en el fútbol europeo. El Nottingham Forest asciende a la máxima categoría tras disputar la promoción al acabar tercero la temporada. Ese verano Clough completa el equipo con los fichajes Colin Barrett, Kenny Burns y Larry Loyd, y el equipo arranca como un tiro en la competición doméstica. Por entonces se pensaba entre los aficionados ingleses que el equipo se acabaría deshinchando, pero el compromiso de todo el equipo con la idea de su entrenador, de hacer un fútbol físico, solidario y con una implicación defensiva extraordinaria le llevo a aguantar el pulso al Liverpool (entonces vigente campeón de Europa, título que revalidaría esa mismo año) hasta el final de campeonato. El Forest se coronaba campeón de Liga por primera vez en su historia con siete puntos de ventaja sobre el Liverpool y encajando solo 24 goles en contra en 42 partidos.
Consagrado como grande de Inglaterra, en la siguiente temporada al Forest se le abría un nuevo escenario: la Copa de Europa. Caprichos del sorteo le deparó una primera ronda a eliminatoria directa a doble partido con el Liverpool, vigente campeón y gran rival del Forest de la época. Era muy extraño por entonces ver un enfrentamiento entre clubes del mismo país en la  Copa de Europa porque solo acudían los campeones de Liga, pero el Liverpool participaba como defensor del título. En una eliminatoria histórica el Forest apea al ganador de las dos últimas ediciones tras ganar 2-0 en el City Ground y empatar a cero en la vuelta en Anfield. El Nottingham Forest se estaba convirtiendo en la auténtica bestia negra de un Liverpool hasta entonces prácticamente imbatible. En menos de un año le había sacado siete puntos en Liga, le había derrotado en la final de la League Cup (posteriormente denominada Carling Cup, y desde este año Capital One Cup) por 1-0 en Old Trafford con gol de Robertson de penalti, y ahora le dejaba fuera de la Copa de Europa a las primeras de cambio.
Ese mismo verano el Forest había decidido invertir todas sus ganancias obtenidas con el título liguero en el fichaje del mediapunta inglés Trevor Francis, futbolista del Birmingham City que venía de jugar cedido el año anterior en el Detroit Express estadounidense. Sin embargo una norma UEFA impedía alinearlo durante tres meses en competición europea por el hecho de haber desembolsado tanto dinero en un solo jugador. El Forest había abonado al Birmingham City un millón de libras, pero Francis solo iba a poder debutar en la Copa de Europa en una hipotética final.









A lo largo de la competición el Forest fue dejando por el camino a AEK Atenas, Grasshopper y Colonia para plantarse en la final que iba a disputar en el estadio Olímpico de Munich ante el Malmö FF sueco. Trevor Francis que fue de la partida, anotó de cabeza el único gol del partido al filo del descanso. El sueño era una realidad. El capitán John McGovern alzaba la Copa de Europa al cielo de Munich y cerraba el milagro de un equipo que en dos años pasaba de jugar en la segunda división de su país a coronarse campeón de Europa. El entrenador Brian Clough admitiría después que “no hicimos nuestro mejor partido, pues el Malmö es un equipo aburrido. Es más, Suecia es un país aburrido. Pero ¡qué importa esto si hemos ganado!”.
Ese año fue el Liverpool el que se alzó con la Liga por delante del Forest que fue segundo. Sin embargo el Forest (al igual que el Liverpool el año anterior) iba a disputar la Copa de Europa como defensor del título. El Forest había redondeado una temporada espectacular ganándole al FC Barcelona la Supercopa europea ese mismo verano, y partía como favorito para revalidar su título de campeón de Europa. Tras superar en una dura eliminatoria de semifinales al Ajax alcanzaba de nuevo la final que esta vez se iba a disputar en el Santiago Bernabéu ante el Hamburgo de Kevin Keegan y Felix Magath, que llegaba tras remontarle un 2-0 al Real Madrid en semifinales apabullando al conjunto blanco por 5-1 en el partido de vuelta disputado en Alemania. En la final un único gol en el minuto 21, esta vez de John Robertson, le daba de nuevo el título al Nottingham Forest.
Clough aunque solía bromear con el aspecto físico de Robertson, decía de él que era “el Picasso del fútbol”. La marcha de este jugador al Derby Country a donde había salido el año anterior el hasta entonces fiel ayudante de Clough, Peter Tylor, termina por romper la relación entre estos y pone fin a la espectacular etapa del equipo de Nottingham. A partir de aquí el Forest en una discreta década de los 80 solo consigue un par de Carling Cup y disputa unas semifinales de Copa de la UEFA en la temporada 1984/85. La repentina muerte de Tylor en 1990 multiplica los problemas de alcoholismo de Clough, que dedica su autobiografía de 1994 a Tylor con estas palabras: “Para Peter. Todavía te añoro. Una vez dijiste: ‘Cuando recibas un disparo de mí no habrá más risas en tu vida’. Tenías razón”.
En la temporada 1992/93 se consuma el descenso del Forest a la Segunda división y Clough abandona el equipo tras 18 años en el cargo. El equipo volvería a esta categoría en 2008 después de haber llegado a tocar fondo tras descender a Tercera división.
La mayoría de jugadores de este Nottingham Forest de leyenda no llegarían a triunfar en ningún otro equipo, lo que muestra que la grandeza de este conjunto no solo la formaban la calidad de los futbolistas sino la capacidad de comprometer a un grupo y el carisma de un líder como Brian Clough, que hacía buena aquella frase de Plutarco que afirmaba que un ejército de ciervos dirigido por un león es mucho más temible que un ejército de leones comandado por un ciervo.



Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº26 24/10/2012
@esttoper

viernes, 12 de octubre de 2012

UN ESCUDO LLENO DE CICATRICES nº25 Revista Kaiser 12/10/2012

UN ESCUDO LLENO DE CICATRICES

                  A finales de los años 30, cuando comenzaba la II Guerra Mundial, el Calcio dominaba el fútbol internacional. La selección italiana, con la sombra del dictador Benito Mussolini en la lejanía, era vigente campeón de las dos últimas Copas del Mundo disputadas hasta la fecha, en 1934 en Italia y en 1938 en Francia, y la Serie A se reconocía en Europa como la liga más dura.
            En plena Guerra se comenzaba a gestar un equipo, Il Grande Torino, que iba a dominar el Calcio hasta el final de la década de los cuarenta. El presidente del club Ferruccio Novo, con el objetivo de crear un Torino campeón tras el regreso a la Serie A en los años 30, consigue llegar a un acuerdo con el humilde Unione Venezia -equipo revelación de 1941 tras ganar la Coppa y clasificarse tercero en la Serie A- para cerrar los traspasos de su pareja atacante Ezio Loik y Valentino Mazzola. Fue la guinda a un equipo que aportaba diez jugadores en el once titular de la selección azzurra y que a partir de ese momento iba a ser totalmente imbatible.
            El fútbol de este equipo se alejaba por completo del catenaccio que dominaría el Calcio años más tarde. Su propuesta de ataque era devastadora, utilizando solo tres defensas y con un caudal ofensivo que destrozó cifras goleadoras que todavía hoy no se han podido superar en Italia. Los 125 goles en 40 partidos de la temporada 1947/48 suponen un récord que parece seguirá vigente durante décadas en la Serie A.
            Valentino Mazzola se erigió líder de este equipo desde el primer momento, y símbolo del club para la para la eternidad. Era el prototipo de futbolista total, omnipresente en todas las partes del campo, tanto en defensa como en ataque, a pesar de que su posición inicial era la de interior izquierdo. Trabajador infatigable, no exento de técnica, le sobraba carisma para contagiar su casta al resto del equipo. Cobraba el doble que sus compañeros porque ellos así lo querían, según afirmaba el presidente Ferruccio Novo, y cuentan los que le vieron jugar que cuando los partidos se ponían cuesta arriba, Mazzola se arremangaba la camisa como mensaje a sus compañeros de que ese partido se remontaba. Y vaya si lo hacía. Famoso es un partido en el que el Torino se fue al descanso perdiendo 0-1 en el Estadio Filadelfia ante la Roma, que acabaron ganando 7-1 después de que el capitán se subiera las mangas.
            El legendario delantero de la Juventus Gianpiero Boniperti, que más tarde presidiría el club bianconero, explicaba como en el año 1948 en un derbi contra el Torino chutó en boca de gol y seguro de haber marcado incluso celebró el tanto, pero de la nada había aparecido Valentino Mazzola para impedir el gol sobre la misma línea. Cabizbajo y abatido Boniperti volvía a su campo, y apenas alzó la cabeza Mazzola estaba celebrando el gol que acababa de meter a la contra.
            La temporada anterior había sido capocannonieri de la Serie A con 29 goles en 38 partidos, cifras exageradas para un interior izquierda, y la sociedad que formaba con Ezio Loik, que jugaba por la derecha era la más temida de toda Europa. Mazzola, con el diez a la espalda, marcaría más de 100 goles por los 70 de Loik, con el ocho, en sus cinco temporadas en el equipo granata.
            Este fútbol que quedó grabado para siempre en la memoria de los aficionados italianos se tradujo en un arsenal de títulos. Desde 1943 hasta 1949 ganó cinco Scudettos consecutivos (los años 44 y 45 no se disputaron por la II Guerra Mundial), y una Coppa en el año 43 que supuso el primer doblete de un equipo italiano en el Calcio, cimentado en goleadas ante los rivales más duros como Milan (5-0), Venezia (4-0) o Juve (5-1).
Su campo de entonces, el estadio Filadelfia, en el centro de Turín y con capacidad para 30.000 espectadores, fue un fortín desde 1943 hasta 1949, tiempo en el que el Torino se mantuvo invicto durante 93 partidos.
A principios de mayo de 1949 el equipo estaba en su apogeo. Despertaba admiración a nivel mundial, y la afición italiana contemplaba como a un año vista del Mundial que se iba a disputar en Brasil en 1950, su selección era seria candidata a batir a la todopoderosa selección carioca en su propia casa. La II Guerra Mundial había impedido la disputa de los campeonatos del mundo que debían haberse disputado en 1942 y 1946, y era la ocasión por fin de ver al Grande Torino, esta vez con la camiseta nacional (recordemos que aportaba diez jugadores al once titular de la azzurra), enfrentarse a los mejores jugadores del planeta.
Funeral de la tragedia de Superga
Pero todas estas ilusiones se iban a ir al traste en la tarde del 4 de Mayo de 1949. Mazzola había convencido al Torino para viajar a Lisboa a disputar un partido amistoso el 3 de mayo frente al Benfica con motivo de la retirada de su colega Francisco Xico Ferreira. Tras jugar el partido de homenaje que perdieron 4-3 regresaban en avión a Turín al día siguiente, y ni en la peor de las pesadillas se barruntaba lo que estaba a punto de suceder. La niebla y las nubes a baja altura agravaron un error de navegación en el pilotaje del avión FIAT G.212 que tuvo como consecuencia que éste se acabara estrellando contra la basílica de Superga, a las afueras de Turín. Las 31 personas que viajaban en el avión fallecieron, incluidos los 18 jugadores del Torino (exceptuando el lateral izquierdo Sauro Tomá que no viajó por lesión), técnicos, directivos, periodistas y los cuatro tripulantes. La fortuna sonrió al que después sería estrella del F.C. Barcelona, el húngaro Ladislao Kubala, entonces en las filas del Pro Patria italiano (donde solo jugó amistosos), que había sido invitado por el Torino a jugar el partido de homenaje. Pero su familia había logrado huir de Hungría tras la guerra y desechó la invitación. Cambió por suerte el viaje a Lisboa por un viaje a Udine para encontrarse con ellos.

Vittorio Pozzo, seleccionador italiano, le tocó pasar el calvario de reconocer a los cadáveres de los jugadores, a los que conocía de sobra, y que congregaron a más de medio millón de personas que querían despedirse de sus ídolos el día de su funeral.
El Torino fue proclamado campeón de aquella Liga a falta de cuatro jornadas, que los equipos del calcio accedieron a jugar con sus equipos juveniles. Al año siguiente la selección italiana viajó a Brasil en barco debido al impacto mediático que había supuesto el accidente.
Suponía la desaparición de un equipo de ensueño que se encontró con todos los hándicaps posibles. Que en el desarrollo de la II Guerra Mundial no hubiera mundiales, que no se disputasen todavía competiciones europeas, el hecho de que no existieran las televisiones y el fatídico accidente privaron a este equipo y a estos jugadores de tener un palmarés aún más extenso y de haber mostrado al mundo lo que solo unos pocos privilegiados pudieron disfrutar, el que fue uno de los mejores equipos de la historia.
La tragedia supuso un batacazo en la historia del equipo granata, que no volvería a ganar un Scudetto hasta 1976. Entre medio un año en la Serie B en 1959 y un resurgir en la década de los 60 con la llegada a la presidencia del club del empresario industrial Orfeo Pianelli. En 1967 el club vuelve a codearse entre los más grandes liderados por la estrella italiana Gigi Meroni, apodado “la farfalla granata”, por ser elegante como una mariposa. Era íntimo amigo del hijo de Valentino Mazzola, Sandro, que triunfaba entonces en el Inter de Milán de Helenio Herrera y Luis Suárez. El Torino volvía a suspirar por el Scudetto cuando de nuevo la desgracia se ceba con el club. En octubre de ese año, tras un partido contra la Sampdoria, Moreni y su compañero de equipo Polletti se saltan la concentración postpartido para ir a tomar algo. Ambos pararon en mitad de la carretera del Corso Re Umberto por el intenso tráfico, y un Fiat 124 Coupé que circulaba en dirección contraria le rompe una pierna a Meroni y lo desplaza varios metros hacia atrás, donde un Lancia Appia sin tiempo para reaccionar se lo llevó por delante quitándole la vida a sus 24 años. Para añadir más crueldad al suceso el conductor del Fiat 124 era Attilio Romero, socio del Torino Calcio y seguidor acérrimo de Gigi Meroni, y que casualidades de la vida llegaría a ser presidente del club granata en el año 2000. La pérdida de Meroni y el deseo de dedicarle un título sirvió como acicate para el equipo aquella temporada que acabó alzándose con la Coppa.
De nuevo una tragedia golpeaba al club, que no se repuso hasta que en 1976 un equipo recordado como “tremendismo granata” encabezado por la dupla goleadora Pulici-Graziani conquisto el Scudetto 27 años después de la tragedia de Superga. Miles de tifosi granatas fueron con antorchas a celebrarlo al altar que se encuentra junto a la Basílica de Superga.
Desde entonces solo un subcampeonato de liga en la 1984/85 que ganó el Hellas Verona, una derrota en la final de la Copa de la Uefa de 1991/92 ante el Ajax de Louis Van Gaal, y una Coppa de Italia la temporada siguiente, último título de la historia del club. Después multitud de problemas económicos y una continua alternancia de ascensos y descensos entre la Serie A y la Serie B. Tras el ascenso conseguido esta temporada pasada buscará la estabilidad institucional que tanto ha echado en falta todos estos años, esperando que la suerte deje de darle la espalda por una vez en la vida.


Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº25 12/10/2012
@esttoper

viernes, 13 de julio de 2012

UN HALO DE ESPERANZA nº23 Revista Kaiser 16/07/2012

UN HALO DE ESPERANZA

Que el fútbol italiano no pasa por sus mejores momentos no es ningún secreto. El descenso de nivel de calidad de los equipos punteros italianos se ha visto reflejado en Europa en los últimos cinco años, donde sólo el idílico año 2010 del Inter de Mourinho supuso un oasis en el desierto por el que lleva peregrinando la Serie A desde 2007, coincidiendo con los últimos coletazos del último gran Milan (apogeo de los Maldini, Kaká, Inzaghi, Seedorf o Pirlo), el escándalo Calciopoli sobre fraudes arbitrales en el Calcio (que supuso entre otras sanciones el descenso de la Juventus a la Serie B), y con la crisis económica que asola Europa actualmente.
El déficit de juego y de calidad de jugadores respecto a otras ligas y respecto a otras épocas del Calcio ha tenido como consecuencia un preocupante descenso de espectadores en los estadios (por ejemplo, ver que en el derbi de la capital Roma-Lazio de esta temporada, el Estadio Olímpico no registraba ni media entrada da verdadera lástima), mientras que el déficit de resultados ha traído consigo la pérdida de la cuarta plaza para disputar la Champions League de que disponía hasta ahora el Calcio en beneficio de la Bundesliga alemana.
 Por si fuera poco los ultras de los equipos se apoderan cada vez más de los clubes. Los tifosi convertidos en una mafia irracional y consentida tanto por los dirigentes de los clubes como por la policía continúan ofreciéndonos espectáculos bochornosos como el acontecido en abril en el estadio Marasi por los hinchas del Genoa, que con total impunidad pararon el partido de su equipo contra el Siena enfurecidos porque perdían 0-4 y bordeaban el descenso, y obligaron a los jugadores a entregarles las camisetas de las que decían no eran dignos. Ante la pasividad de la policía y entre lágrimas mezcla de pánico e impotencia los jugadores no tuvieron más remedio que dárselas.
Con este panorama en vísperas de la Eurocopa un nuevo terremoto ha sacudido el Calcio. Esta vez el escándalo CalcioScommesse, que tiene que ver con un presunto amaño de partidos de la Serie A y la Serie B promovido por una red de apuestas ilegales, incluidos sobornos a jugadores, que se ha saldado con 19 detenidos (incluidos 10 jugadores profesionales)y 150 investigados, y que veremos como acaba.
La crisis del Calcio se ha convertido como vemos en un monstruo de varias cabezas que ha extendido sus tentáculos sobre todas las instituciones y sobre todos los ámbitos, dejando una sensación de putrefacción global, de mafioso compadreo y de negocio sucio que le hace un daño bestial (el tiempo dirá si irreparable) al fútbol italiano.
Sin embargo, y ante ésta preocupante situación, una mezcla de esperanza, realidad, historia y nostalgia que tiene uno por volver a ver al Calcio en primera línea de batalla del fútbol europeo, hacen pensar que el fútbol italiano resurgirá de sus cenizas.
En primer lugar, mientras en España la corrupción deportiva se oculta en la justicia deportiva, la corrupción deportiva italiana se combate con los mismos mecanismos judiciales que requiere cualquier otro delito. Es decir, que en Italia cuando existen indicios de fraude la justicia los ataca de oficio y los juzgan los jueces, mientras que en España los comités de la Federación Española de Fútbol son los que juzgan, sin abrir investigaciones por motu propio aunque existan indicios, siendo necesaria una denuncia para que se abra una investigación que (las pocas veces que se produce) o se esconde o se acaba perdiendo en el olvido. Amaños de partidos, compra de árbitros y otros fraudes deportivos, al igual que sucede con el dopaje, existen en todos los países (seguramente en unos más que en otros), pero atacarlos de frente es intentar buscar una solución a las trampas, mientras que encubrirlos y fingir que aquí no pasa nada es estafar al espectador, que es el que paga y sin el cual este negocio no existiría.
Otro dato que invita al optimismo es que, paradójicamente, de la multitud de follones que ha vivido el fútbol italiano ha surgido siempre una selección italiana reforzada. Históricamente de cada escándalo ha surgido un grupo sólido y unido que ha dejado huella en el evento de ese año. En 1982 tras el escándalo de Totonero, Italia ganaba en España su tercer Mundial; en 2006 se convertía en tetracampeona tras el barullo del Calciopoli; y en esta Eurocopa, después de la corrupción destapada en el caso CalcioScommesse, una desconocida Italia de la mano de Pirlo, llegó a la final practicando un fútbol de ataque y sin hacer ascos al balón, que esperemos sea un punto de partida para que en el futuro se apueste por el talento, desperdiciado tantos años en la figura de futbolistas como Del Piero, Zola o Giannini.



Mientras, en la Serie A parece que llegan tiempos de renovación en la mayoría de los equipos. La gran Juve está de vuelta. Campeón invicto del Scudetto, tendrá la cuenta pendiente de mostrar este fútbol en Europa. Para ello ha acelerado la incorporación de grandes refuerzos como Mauricio Isla o Giovinco a la espera de la llegada de un gran delantero que pondrá la guinda a un equipo con un estilo muy trabajado. Inter y Sampdoria, como hizo la Juventus con Antonio Conte, han apostado por entrenadores jóvenes italianos como Stramaccioni o Ferrara. La Roma, tras la marcha de Luis Enrique, insiste en un entrenador valiente y espectacular como Zeman, que se ha ganado una nueva oportunidad en el equipo romano tras su magnífica temporada con el Pescara al que ha devuelto a la Serie A. Quizá la gran incógnita sea el Milan, sobretodo si se consuman los traspasos de Thiago Silva e Ibrahimovic al PSG. Los problemas económicos le obligan a vender, pero si con esto consigue rejuvenecer el equipo bienvenido sea. Quizá la salida de un líder como Ibra beneficie la explosión por fin de Pato, que si las lesiones le respetan debería coger galones en el equipo y deje margen de progresión a jóvenes como El Shaarawy. Si aciertan con los recambios de Thiago e Ibra no cabe duda de que el Milan peleará un año más por el Scudetto.
Razones sobran para creer en el fútbol italiano, quizá el punto negro sea la permisividad e inoperancia para frenar ciertos comportamientos de los tifosi. En España tienen el ejemplo de la actuación de Laporta frente a los Boixos en su etapa como presidente. Le costó críticas e incluso amenazas de muerte, pero los Boixos no están en el Camp Nou. Ni se les espera. Su gestión gustará más o menos, pero en ese aspecto la actuación de Laporta fue digna de admirar, y debería servir de ejemplo a muchos presidentes de clubes no sólo italianos cuyos ultras utilizan el club como si les perteneciera en exclusiva.
Problemas y conflictos abundan. Pero armas para combatirlo sobran. Como sobran alicientes para apostar por el Calcio. Si a todo esto le sumamos que este año vuelven a convivir juntos los cuatro grandes derbis regionales del país: Roma-Lazio, Milan-Inter, Sampdoria-Genova y Juve-Torino, ¿qué más podemos pedir?


Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº23 16/07/2012
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