UNA JUGADA REDONDA
Que a Roman
Abramovich la conquista de la Champions League la campaña pasada le iba a salir
muy cara esta temporada se veía venir. La renovación de Di Matteo era el precio
a pagar por un hombre agradecido que había visto como por fin tras nueve años
de mastodóntico proyecto la suerte le otorgaba lo que en tantas temporadas le
había negado descaradamente. El equipo venció jugando defensivamente -igual de
admirable que hacerlo al ataque-, pero defendiendo mal (la cantidad de
ocasiones que le generaron en todas las eliminatorias lo evidencian). Un equipo
entonces limitado pero con uno de los mejores porteros de la década entre los
palos y el mejor nueve que ha visto la Premier en años. El Chelsea era Cech y
Drogba. Además de una confianza total en sus mínimas posibilidades del resto de
jugadores perteneciente a esa generación (los Lampard, Terry, Cole, Essien y
compañía) a la que el fútbol les debía un hueco en la historia.
A
comienzos de año Drogba se fue a China y el Chelsea se quedaba huérfano. A Di
Matteo se le escapaba el puntal que había sostenido su famosa flor y se iba a
tener que conformar con un delantero en el que apenas había confiado y que es
esclavo del elevado precio que se pagó por su traspaso y de su astronómico
salario.
La
llegada de dos fenómenos como Oscar y Hazard completaban junto a Mata una
espectacular línea en la mediapunta a la que en el primer tramo de temporada le
sobraba para sacar los partidos adelante (siete victorias y un empate en los
primeros ocho partidos de Premier) pero que en partidos machos como en la final
de la Supercopa de Europa ante el Atleti o en los del duro grupo en el que cayó
en Champions echaron en falta un goleador, además de un medio con criterio que
nutriera de balones a la mediapunta. Su irregular dinámica en Champions
contagió al equipo en la Premier, y su
juego tornó a mediocre a medida que pasaban las jornadas. La derrota ante la
Juve que deja al equipo al borde de la eliminación en Champions ha sido el detonante
para que Abramovich se cargara a Di Matteo.
Abramovich
debía elegir entrenador, y el abanico de posibilidades pasaba por entregarle el
equipo a alguien que sacase partido a tanto talento ofensivo (Redknapp o
Rijkaard), algo para lo que se necesita paciencia, o elegir a alguien capaz de armar
el equipo en menos tiempo y le imprima carácter ganador que le permita pelear
por títulos hasta final de temporada. Y el ruso se ha decantado por la segunda
opción.
Y a pesar de
no ser Benítez precisamente santo de mi devoción me parece una decisión
inteligente y coherente. El Chelsea con el escenario que le ha sobrevenido se
plantea ahora mismo dos objetivos: El primero es ganar un título de peso a
parte del Mundialito de Clubes, que Abramovich considera innegociable. Y el
segundo, más difícil, que a pesar de ser imposible de amortizar el segundo
mayor fiasco financiero de la historia –creo que solo el fichaje de Kaká lo
supera-, por lo menos se atenúen las pérdidas, consiguiendo colocar a Torres en
algún equipo el próximo verano, aunque sea como parte de la contratación de
otro jugador. Porque recordemos que Fernando Torres tiene contrato hasta junio
de 2016 y cobra 10,8 millones de euros por temporada, una losa demasiado pesada
para la presión que soporta el jugador y para las arcas del club londinense.
Por eso me
parece un proyecto de jugada maestra la contratación de Benítez. Compite bien
cuando se centra solo en una o dos competiciones (solo con el Valencia del
doblete Liga-UEFA peleó hasta el final en todas las competiciones), y a lo
largo de su carrera siempre que dispuso de un equipo competitivo ganó por lo
menos un título por temporada –excepto en la 2006/07 que cayó con el AC Milan
en la final de Champions-. Por eso y porque es la última bala para revalorizar
a Torres, que rindió al nivel más alto de su carrera precisamente con el
entrenador madrileño en el banquillo de Anfield. La guinda es que solo lo ficha
hasta final de temporada, lo que le permite seguir llamando a la puerta de
Mourinho y Guardiola durante todo el año sin pagar el peaje que supondría echar
a un entrenador con contrato en vigor. Que Abramovich no ve a Benítez como
entrenador de futuro sino que ansía traer a uno de los mencionados lo evidencia
el hecho de que el español no firma como manager general (como es habitual en
la Premier) sino como entrenador al uso. Esto visto desde la perspectiva del
magnate ruso.
Para Benítez
supone un relanzamiento de su carrera. El Chelsea vuelve a poner en el mapa al
cotizado entrenador español, que con el equipazo que tiene y lo poco que habrá
acordado que le traigan en enero, además de lo que se le suavizará el
calendario con la más que probable eliminación de Champions (la dureza de la
Champions no es equiparable a la de la Europa League) sorprendería que no
ganara algún título. Una temporada aceptable sellada con un título pondría de
nuevo a Benítez en el candelero y le permitiría ir a sacar tajada a otro club
rico en apuros. Gana Benítez, gana Torres y sobretodo gana el Chelsea.
Abramovich se la juega aun a sabiendas de que la
decisión no gusta a su hinchada, que no ve con buenos ojos que la figura más
importante de los últimos años en el Liverpool se haga con las riendas del
equipo. Y más siendo a cambio de echar a un mito para ellos como Roberto Di Matteo,
una de las figuras más arraigadas al club después de pasar seis años vistiendo
la camiseta del equipo de Londres y tras llevar por fin la Champions a las
vitrinas del museo del club. Veremos si la jugada le sale bien o no, pero es
sin duda una decisión valiente de un hombre valiente que solo se justificará
consiguiendo alcanzar las metas que Roman se ha fijado para enderezar una
temporada que parece de transición y allanar el camino del ambicioso proyecto
que se vislumbra para la temporada que viene.
Alberto Egea Estopiñán
@esttoper