JUSTICIA DEPORTIVA
Cuando
en junio de 2003 compraba el Chelsea por 200 millones de euros (a los 85
millones que le costaba el club hay que añadirle los 115 de deuda del club que
asumía como propia) a Roman Abramovich no se le pasaba por la cabeza ni en la
peor de sus pesadillas que el proyecto de ganar una Champions con el equipo que
acababa de adquirir le iba a costar nueve años. Una eternidad para un equipo
que en este periodo alcanzó una final y se quedó a las puertas cuatro veces; un
mundo para un club que ha gastado más de 900 millones de euros en estos nueve
años siempre en proyectos serios que le han permitido convertirse en un equipo
de referencia en la Premier League con tres títulos en este periodo y cuatro FA
Cup, pero que en Europa la desgracia le había perseguido hasta este año en
forma de maldición. Un gol de Luis García que nunca entró en semifinales frente
al Liverpool, el gol de Iniesta fuera de tiempo o el resbalón de Terry en el
penalti que les daba la gloria habían impedido que se plasmara en forma de
trofeo la realidad de que en muchos momentos de esta época gloriosa del club el
Chelsea había sido el mejor equipo de Europa.
Parecía que no iba a haber otra oportunidad, que la
oligarquía formada en ese vestuario durante tantos años por Lampard, Drogba, Cech,
Terry, Essien o Ashley Cole iba a recordarse en Europa más por lo que podía
haber ganado que por su verdadero palmarés. Y más tras el fracaso en el
banquillo de los blues de Villas
Boas, que seguramente no supo entender ese vestuario en el que los pesos
pesados pesaban demasiado, y decisiones como la suplencia de Lampard, Essien y
Cole en partidos clave de Champions como el del Valencia o la ida de octavos de
Champions ante el Napolés en su idea de renovar la columna vertebral del equipo
acabaron volviéndose en su contra. Quizá a Villas Boas le sucedió lo que a
tantos grandes entrenadores que acuden a grandes clubes con un entorno tan
fuerte, y es que su intención de rejuvenecer la plantilla fichando talentos al
alza como Mata, Oriol Romeu, Cahill o Lukaku (incomprensible su año en blanco)
chocó con la fortaleza que tienen en la institución veteranos como Lampard,
Terry o Cole y con un freno en el gasto en comparación con otros años debido al
desembolso de 60 millones de euros para la compra de Fernando Torres el año
anterior.
Di Matteo, segundo de Villas Boas se hacía cargo del
equipo a principios de marzo tras la destitución del portugués. La situación
era límite: quinto clasificado de la Premier y descartado de la pelea por el
título a 20 puntos del líder que en esos momentos era el Manchester City, en
cuartos de final de la FA Cup y al borde de la eliminación en octavos de final
en Champions tras caer en San Paolo por 3-1 ante el Nápoles. Con este panorama
Di Matteo dejo la Premier League en segundo plano y apostó todo por las
competiciones que se deciden mediante eliminatorias: FA Cup y Champions.
Devolvió el protagonismo a la “vieja guardia” recuperando al mejor Lampard y
devolviendo la confianza a aquellos jugadores más veteranos que representaban
la identidad del equipo que durante tantos años había perseguido la ansiada
Champions, consciente Di Matteo de la infinita ambición de estos jugadores
(conocedores de que era su última oportunidad) y de que nadie como ellos sabe
competir en este tipo de eliminatorias. Esto unido al acierto que supuso el
fichaje de Gary Cahill en invierno, los galones que ha ido adquiriendo Mata
como referencia del equipo cuando tiene el balón y la solidaridad defensiva de
todos los jugadores han dado como resultado un equipo muy sólido y con una
increíble confianza en sus posibilidades.
El punto de inflexión de la temporada lo iba a marcar el
partido de vuelta frente al Nápoles. El Chelsea remontó la eliminatoria y tras
una prórroga intensísima pasaba a cuartos de final en el que seguramente fue el
partido más espectacular de esta edición de la Champions. Di Matteo en cuestión
de días había convencido a los jugadores para que creyeran en su método y éstos
se habían implicado plenamente en esa idea. El equipo no ha destacado por una gran defensa
(el Barça le remató 47 veces en semifinales y el Bayern lo sometió en muchas
fases de la final), tampoco ha generado un fútbol ofensivo espectacular, pero
sí ha sido un equipo ordenado, con una pareja de centrales impecable, un
portero que quizá merezca estar en la carrera por el balón de oro y un Drogba
que, a sus 34 años, en cada contraataque se basta con su sola presencia para
sembrar el pánico de los rivales. Ese carisma que ha transmitido Di Matteo es
su verdadero mérito y es lo que verdaderamente hace triunfar a un entrenador
(por encima de los títulos que logre), el conseguir convencer a todo el grupo
de que tu idea es la que vale y que todos se los jugadores vayan a muerte con
ella, y esto tienes más valor cuando los jugadores que te han de seguir son
veteranos que llevan triunfando toda su carrera. Le devolvió el alma al equipo.
Solo un equipo así es capaz de ver un atisbo de esperanza perdiendo 2-0 en el
Camp Nou jugando con 10, de levantarse tras un gol a siete minutos del final
que parecía una estocada mortal a sus posibilidades. Ha conseguido lo que no
consiguió Villas Boas, le ha sacado el máximo rendimiento posible a un equipo
deprimido, con la autoestima por los suelos y que parecía en decadencia. Le ha
hecho competir por encima de sus posibilidades. Nadie puede pretender que un
entrenador que coge un equipo en marzo le haga jugar en dos meses como el
Barcelona o el Borussia. Di Matteo sabía qué tenía, cuáles eran las
limitaciones del equipo y cuáles sus virtudes y ha sabido cómo hacer para
explotarlas al máximo. Sorprende que fuera criticado ferozmente por la manera
de plantear la eliminatoria contra el Barça. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a jugar el
partido más importante de la temporada de una manera que ni siquiera Villas
Boas había logrado en ocho meses?¿Le iba a ofrecer a la máquina blaugrana
metros a la espalda de la defensa para que les pasasen por encima? si no lo
hizo el todopoderoso Real Madrid de Mourinho en su propia casa en las
semifinales del año anterior ¿lo iba a hacer un equipo mucho más limitado como
el Chelsea? ¿acaso otro equipo le hubiera jugado de manera distinta? Pero pasa
que el Chelsea ganó. Que la táctica de Di Matteo (como todas las tácticas de
todos los equipos que se enfrentan al Barça) incluía que la suerte estuviese de
su lado. Y la tuvo. En cantidades ingentes. En las mismas cantidades que había
portado de mala suerte durante nueve años, mostrando que la justicia deportiva
existe más a largo plazo que a corto plazo, que la confianza en un proyecto a
largo plazo es mucho más probable que tenga sus frutos que uno que exija ganar ya,
porque la fragilidad del fútbol a corto plazo por grande que sea tu equipo
siempre puede hacer que te frene un gol fantasma, un error arbitral o un
resbalón en un penalti. En cambio, a largo plazo es más probable que esa mala
suerte se alterne con la buena fortuna y la historia te acabe colocando más o
menos en el lugar que te mereces. Por eso esta Champions más que un premio a la
temporada es un premio a la trayectoria de unos jugadores fieles al proyecto y
que se han prolongado en la cima durante tanto tiempo mostrando siempre una
profesionalidad ejemplar.
Seguramente por el estilo de juego (defender en el área
pequeña, negar el balón, etc.) no haya sido este año el mejor equipo de Europa
(eso no quita que sea justo vencedor), pero si desde el inicio de esta etapa
gloriosa cuando en el verano de 2003 Abramovich compró el Chelsea se han
repartido nueve copas de Europa tampoco hubiera sido justo que este gigantesco
proyecto representado por jugadores con alma de club que aman esta institución
y que ya son leyenda del fútbol no se hubiera llevado por lo menos una.
Ahora que esta generación irrepetible de jugadores ha
tocado techo quizá sí que sea el momento de una renovación, en la que jugadores
como Mata, Cahill, David Luiz o Fernando Torres tienen que coger el testigo de
los Lampard, Terry y Drogba, y asumir el liderazgo de ese vestuario. Si unimos
a esto un par de fichajes de calidad (que el Chelsea se puede permitir), al
pedazo de portero que es Peter Cech y a un entrenador que no tenga miedo a
hacerles jugar de verdad con el balón dominando los encuentros, quizá no
tardemos en volver a ver a los de Stamford Bridge levantar una segunda
Champions.
Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº16 28/05/2012
@esttoper