ENEMIGOS ÍNTIMOS
“Estoy
terriblemente convencido que todos los equipos argentinos están capacitados
para jugar un futbol que dé espectáculo, un fútbol ofensivo, limpio y alegre
como el que juega Huracán”. Esas fueron las palabras del entrenador argentino
César Luis Menotti tras proclamarse campeón con Huracán en 1973. Cuarenta y
cinco años después hacía campeón a un equipo que asombró por su forma de jugar.
Practicaba un fútbol de una estética y belleza desconocida hasta entonces en el
fútbol argentino, sello inconfundible que acompañaría a los equipos del “Flaco”
Menotti a lo largo de su carrera. Este título supuso un punto de inflexión en
el fútbol argentino, pues en esa época Estudiantes de la Plata lo ganaba todo
con un juego muy táctico basado en una dura y sólida defensa. El equipo de los
“pincharratas”, como se conoce a la hinchada de Estudiantes, fue pionero en dar
una importancia primordial a la preparación física, y a las jugadas de
estrategia a balón parado, que fueron imitadas años después por multitud de
equipos europeos. Menotti, en cambio, mostraba así a los argentinos que sí se
podía “jugar muy bien, golear, gustar, y además ganar”.
Estudiantes
en esta época dorada de finales de los sesenta contaba entre sus filas con el
que iba a ser en los años venideros el gran enemigo
de Menotti, “El Narigón” Carlos Bilardo. Este equipo entrenado por Osvaldo
Zubeldia, principal referente de Bilardo en su carrera como entrenador, había
arrasado entre 1968 y 1970 ganando tres Copas Libertadores (que es a Sudamérica
lo que la Champions a Europa) y una Copa Intercontinental en 1968 ante el
Manchester United de Bobby Charlton y George Best. El Museo de Old Trafford
todavía guarda una pizarra que Zubeldia escribió a sus jugadores el día del
partido, con la frase: “A la gloria no se llega por un camino de rosas”. Sin
embargo, este equipo se labró una fama de practicar lo que sus detractores
calificaban de antifútbol, y fueron
varios los rivales que les acusaban de pinchar con alfileres a los contrarios
en pleno partido, pellizcarles en las jugadas a balón parado e incluso de
provocar a los adversarios recordándoles tragedias familiares para que
reaccionaran y lograr su expulsión.
La
irrupción de Menotti suponía la llegada de nuevos vientos al fútbol argentino,
y el premio a su excelente campaña con Huracán no tardó a llegar. En 1974 es
contratado para dirigir a la selección argentina con vistas a disputar el
Mundial que este país iba a acoger en 1978. En plena dictadura militar del
General Videla, Argentina iba a organizar un Mundial que el estado iba a
utilizar para mostrar al mundo la buena salud de la que gozaba dicha dictadura.
En la ceremonia de inauguración, Joao Havelange, presidente de la FIFA
exultante ante las cámaras de televisión celebraba: “Por fin todo el mundo
puede ver la verdadera imagen de Argentina”. Pero la realidad era otra. A pocos
metros de allí se encontraba en pleno funcionamiento el campo de concentración
argentino, el centro de tortura y exterminio de la Escuela de Mecánica de la
Armada; y mientras tanto a escasos
kilómetros de allí los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo del
mar.
Argentina
estaba realizando un Mundial discreto ganando a selecciones de menor nivel,
empatando con Brasil y habiendo perdido con Italia. Las semifinales se
disputaban por el sistema de liguilla, y Argentina necesitaba ganar a Perú por
al menos cuatro goles para rebasar a Brasil en su grupo y disputar la final
frente a Holanda, que contaba con la ausencia de Cruyff, que había renunciado a
jugar en un país en el que no se respetaban los derechos humanos. Argentina
barrió por 6-0 a los peruanos que hasta entonces había realizado un buen papel.
Hoy, treinta y cuatro años después, la sombra de la sospecha continúa
persiguiendo este partido. La selección albiceleste se alzó con el Mundial tras
vencer a Holanda por 3-1 tras una prórroga en la que “El Matador” Mario Kempes
con dos goles se erigió héroe nacional. Años después muchos jugadores
argentinos como el capitán Pasarella u Osvaldo Ardiles admitían haberse sentido
utilizados como elemento de distracción para el pueblo y como propaganda para
los militares para tapar las atrocidades que se estaban cometiendo y sobre las
que los futbolistas decían no tener constancia.
Cruda
realidad aparte, Argentina futbolísticamente había cambiado hacia un fútbol más
vistoso y de toque que el practicado hasta entonces, a pesar de que Menotti
había prescindido de un jovencísimo Diego Maradona, al que con 17 años no
quería someterlo a la presión que suponía jugar el Mundial en su país. Al año
siguiente, el Mundial sub-20 de Japón iba a suponer la irrupción a nivel
mundial de Maradona, que a las órdenes de Menotti iba a dar a Argentina su
segundo título en un año. Un nuevo líder de la albiceleste se adivinaba ya en
aquella selección juvenil. La temprana eliminación de Argentina, ahora sí con
Maradona, en el Mundial de 1982 disputado en España supuso el abandono de
Menotti de la selección para fichar por el FC Barcelona llevándose con él a
Maradona.
Su
sustituto en la selección iba a ser precisamente Carlos Bilardo, con el que
hasta entonces Menotti mantenía una relación cordial. “El Narigón” llegaba tras
proclamarse campeón del Metropolitano con Estudiantes, que destacó por ser el
primer equipo en utilizar el sistema táctico 3-5-2, por sus férreos marcajes al
hombre y por tener unas características similares al Estudiantes de Osvaldo
Zubeldia, maestro de Bilardo.
Como
seleccionador lo primero que hizo Bilardo fue programar un viaje a Barcelona en
marzo de 1983 para hablar con su predecesor en el cargo César Menotti al que le
pidió consejo sobre varios aspectos de la selección y su opinión acerca de
determinados jugadores. Aquella reunión concluyó con un pacto de silencio que,
según Bilardo, Menotti rompió cuando estalló en unas declaraciones en las que
se refirió a Bilardo diciendo: “Éste es una risa, viene, me vuelve loco a
preguntas, le fundamento lo que le conviene, llega a Argentina y hace todo al
revés. No algo, todo”. A partir de ahí quedó declarada la guerra, que se nutrió
de envenenadas e interminables declaraciones entre ambos. Y la prensa por
supuesto se aprovechó para echar más leña al fuego y vender una enemistad que
ha dado mucho juego.
Llegó
el Mundial de 1986 y Bilardo tomó la decisión de quitarle la capitanía de la
albiceleste a Pasarella para entregársela a Maradona, que iba a asumir el reto
de liderar una selección que a la postre se proclamaría campeona del mundo en
gran parte gracias a él. Argentina fue un equipo serio y disciplinado en el que
todo el conjunto jugaba por y para “el Pelusa”, que asombró al mundo con un
recital de fútbol en cada partido y con momentos que quedaron para la
posteridad como “la mano de Dios” o su segundo gol a Inglaterra ese mismo
partido considerado como el mejor gol de la historia de los mundiales.
Argentina venció en la final a Alemania por 3-2. Maradona se consagró como
mejor jugador del mundo y el prestigio de Bilardo salió reforzado con la conquista
del Mundial que dedicó, cómo no, a su mentor Osvaldo Zubeldia. Supersticioso,
maniático y perfeccionista, Bilardo, mientras los jugadores celebraban el
título se encerró en la habitación del hotel. Cuando los jugadores lo fueron a
buscar “el Narigón” los sacó a gritos diciendo: “¡No me hablen!; ¡No me hablen
que nos hicieron dos goles a pelota parada!”. Acababa de ganar el mundial y ¡seguía
cavilando sobre cómo había encajado los dos goles!, anécdota que muestra hasta
dónde llegaba su enfermiza obsesión por el juego táctico. Cuatro años después
Argentina volvería a una final mundialista pero esta vez cayó derrotada ante
Alemania. Tras el Mundial Bilardo abandonó la selección.
Ni
Menotti ni Bilardo, después de dejar el cargo de seleccionador argentino
cosecharon grandes resultados en ningún equipo de alto nivel pero la huella que
han dejado ambos es tal que el fútbol argentino no se entendería sin estos dos
personajes, abanderados de dos estilos antagónicos que alimentan el eterno
debate futbolístico sobre la importancia del resultado y de la belleza del
juego, sobre si deben ser los jugadores los que se adapten estrictamente a un
esquema o es el esquema el que se debe amoldar a la calidad de sus jugadores, o
sobre si todo vale para ganar. Son los dos únicos entrenadores que ganaron el
mundial con Argentina, pero con una visión del fútbol muy distinta. Bilardo
concibe el fútbol como si de una batalla se tratara en la que cualquier
actuación está justificada mientras se logre la victoria, mientras que para
Menotti un partido de fútbol es un espectáculo como lo puede ser un concierto o
una obra de teatro, en el que sus equipos deben de intentar ser protagonistas
con el balón, intentando divertir al espectador con un juego de toque y
combinativo. Es cierto que muchos equipos de Menotti generaban expectativas que
luego los resultados no solían corroborar, pero sus méritos van más allá de los
resultados. Su propuesta de fútbol siempre fue arriesgada allí donde fue, su
fútbol fue innovador, y no dejó de comportarse de manera ejemplar, guardando
siempre las formas dentro del campo, cosa que no puede decir Bilardo al que las
imágenes de televisión le retrataron en muchas ocasiones, haciendo populares
frases como “al enemigo ni agua” o “¡písalo, písalo!” al ver un rival en el
suelo.
Dos personajes únicos
que nunca pasaron desapercibido, despertando entre los argentinos admiración y
antipatía a partes iguales y dividiendo el país en menottistas y bilardistas.
Pero seguro que a todos los argentinos se les vienen a la cabeza días de gloria
cada vez que ven ajustarse el nudo de la corbata al “Narigón” o ven como
consume un cigarrillo tras otro el bueno de Menotti.
@esttoper
No hay comentarios:
Publicar un comentario