domingo, 27 de mayo de 2012

JUSTICIA DEPORTIVA nº16 Revista Kaiser 28/05/2012

JUSTICIA DEPORTIVA

Cuando en junio de 2003 compraba el Chelsea por 200 millones de euros (a los 85 millones que le costaba el club hay que añadirle los 115 de deuda del club que asumía como propia) a Roman Abramovich no se le pasaba por la cabeza ni en la peor de sus pesadillas que el proyecto de ganar una Champions con el equipo que acababa de adquirir le iba a costar nueve años. Una eternidad para un equipo que en este periodo alcanzó una final y se quedó a las puertas cuatro veces; un mundo para un club que ha gastado más de 900 millones de euros en estos nueve años siempre en proyectos serios que le han permitido convertirse en un equipo de referencia en la Premier League con tres títulos en este periodo y cuatro FA Cup, pero que en Europa la desgracia le había perseguido hasta este año en forma de maldición. Un gol de Luis García que nunca entró en semifinales frente al Liverpool, el gol de Iniesta fuera de tiempo o el resbalón de Terry en el penalti que les daba la gloria habían impedido que se plasmara en forma de trofeo la realidad de que en muchos momentos de esta época gloriosa del club el Chelsea había sido el mejor equipo de Europa.
            Parecía que no iba a haber otra oportunidad, que la oligarquía formada en ese vestuario durante tantos años por Lampard, Drogba, Cech, Terry, Essien o Ashley Cole iba a recordarse en Europa más por lo que podía haber ganado que por su verdadero palmarés. Y más tras el fracaso en el banquillo de los blues de Villas Boas, que seguramente no supo entender ese vestuario en el que los pesos pesados pesaban demasiado, y decisiones como la suplencia de Lampard, Essien y Cole en partidos clave de Champions como el del Valencia o la ida de octavos de Champions ante el Napolés en su idea de renovar la columna vertebral del equipo acabaron volviéndose en su contra. Quizá a Villas Boas le sucedió lo que a tantos grandes entrenadores que acuden a grandes clubes con un entorno tan fuerte, y es que su intención de rejuvenecer la plantilla fichando talentos al alza como Mata, Oriol Romeu, Cahill o Lukaku (incomprensible su año en blanco) chocó con la fortaleza que tienen en la institución veteranos como Lampard, Terry o Cole y con un freno en el gasto en comparación con otros años debido al desembolso de 60 millones de euros para la compra de Fernando Torres el año anterior.
            Di Matteo, segundo de Villas Boas se hacía cargo del equipo a principios de marzo tras la destitución del portugués. La situación era límite: quinto clasificado de la Premier y descartado de la pelea por el título a 20 puntos del líder que en esos momentos era el Manchester City, en cuartos de final de la FA Cup y al borde de la eliminación en octavos de final en Champions tras caer en San Paolo por 3-1 ante el Nápoles. Con este panorama Di Matteo dejo la Premier League en segundo plano y apostó todo por las competiciones que se deciden mediante eliminatorias: FA Cup y Champions. Devolvió el protagonismo a la “vieja guardia” recuperando al mejor Lampard y devolviendo la confianza a aquellos jugadores más veteranos que representaban la identidad del equipo que durante tantos años había perseguido la ansiada Champions, consciente Di Matteo de la infinita ambición de estos jugadores (conocedores de que era su última oportunidad) y de que nadie como ellos sabe competir en este tipo de eliminatorias. Esto unido al acierto que supuso el fichaje de Gary Cahill en invierno, los galones que ha ido adquiriendo Mata como referencia del equipo cuando tiene el balón y la solidaridad defensiva de todos los jugadores han dado como resultado un equipo muy sólido y con una increíble confianza en sus posibilidades.


            El punto de inflexión de la temporada lo iba a marcar el partido de vuelta frente al Nápoles. El Chelsea remontó la eliminatoria y tras una prórroga intensísima pasaba a cuartos de final en el que seguramente fue el partido más espectacular de esta edición de la Champions. Di Matteo en cuestión de días había convencido a los jugadores para que creyeran en su método y éstos se habían implicado plenamente en esa idea.  El equipo no ha destacado por una gran defensa (el Barça le remató 47 veces en semifinales y el Bayern lo sometió en muchas fases de la final), tampoco ha generado un fútbol ofensivo espectacular, pero sí ha sido un equipo ordenado, con una pareja de centrales impecable, un portero que quizá merezca estar en la carrera por el balón de oro y un Drogba que, a sus 34 años, en cada contraataque se basta con su sola presencia para sembrar el pánico de los rivales. Ese carisma que ha transmitido Di Matteo es su verdadero mérito y es lo que verdaderamente hace triunfar a un entrenador (por encima de los títulos que logre), el conseguir convencer a todo el grupo de que tu idea es la que vale y que todos se los jugadores vayan a muerte con ella, y esto tienes más valor cuando los jugadores que te han de seguir son veteranos que llevan triunfando toda su carrera. Le devolvió el alma al equipo. Solo un equipo así es capaz de ver un atisbo de esperanza perdiendo 2-0 en el Camp Nou jugando con 10, de levantarse tras un gol a siete minutos del final que parecía una estocada mortal a sus posibilidades. Ha conseguido lo que no consiguió Villas Boas, le ha sacado el máximo rendimiento posible a un equipo deprimido, con la autoestima por los suelos y que parecía en decadencia. Le ha hecho competir por encima de sus posibilidades. Nadie puede pretender que un entrenador que coge un equipo en marzo le haga jugar en dos meses como el Barcelona o el Borussia. Di Matteo sabía qué tenía, cuáles eran las limitaciones del equipo y cuáles sus virtudes y ha sabido cómo hacer para explotarlas al máximo. Sorprende que fuera criticado ferozmente por la manera de plantear la eliminatoria contra el Barça. ¿Qué iba a hacer? ¿Iba a jugar el partido más importante de la temporada de una manera que ni siquiera Villas Boas había logrado en ocho meses?¿Le iba a ofrecer a la máquina blaugrana metros a la espalda de la defensa para que les pasasen por encima? si no lo hizo el todopoderoso Real Madrid de Mourinho en su propia casa en las semifinales del año anterior ¿lo iba a hacer un equipo mucho más limitado como el Chelsea? ¿acaso otro equipo le hubiera jugado de manera distinta? Pero pasa que el Chelsea ganó. Que la táctica de Di Matteo (como todas las tácticas de todos los equipos que se enfrentan al Barça) incluía que la suerte estuviese de su lado. Y la tuvo. En cantidades ingentes. En las mismas cantidades que había portado de mala suerte durante nueve años, mostrando que la justicia deportiva existe más a largo plazo que a corto plazo, que la confianza en un proyecto a largo plazo es mucho más probable que tenga sus frutos que uno que exija ganar ya, porque la fragilidad del fútbol a corto plazo por grande que sea tu equipo siempre puede hacer que te frene un gol fantasma, un error arbitral o un resbalón en un penalti. En cambio, a largo plazo es más probable que esa mala suerte se alterne con la buena fortuna y la historia te acabe colocando más o menos en el lugar que te mereces. Por eso esta Champions más que un premio a la temporada es un premio a la trayectoria de unos jugadores fieles al proyecto y que se han prolongado en la cima durante tanto tiempo mostrando siempre una profesionalidad ejemplar.
            Seguramente por el estilo de juego (defender en el área pequeña, negar el balón, etc.) no haya sido este año el mejor equipo de Europa (eso no quita que sea justo vencedor), pero si desde el inicio de esta etapa gloriosa cuando en el verano de 2003 Abramovich compró el Chelsea se han repartido nueve copas de Europa tampoco hubiera sido justo que este gigantesco proyecto representado por jugadores con alma de club que aman esta institución y que ya son leyenda del fútbol no se hubiera llevado por lo menos una.
            Ahora que esta generación irrepetible de jugadores ha tocado techo quizá sí que sea el momento de una renovación, en la que jugadores como Mata, Cahill, David Luiz o Fernando Torres tienen que coger el testigo de los Lampard, Terry y Drogba, y asumir el liderazgo de ese vestuario. Si unimos a esto un par de fichajes de calidad (que el Chelsea se puede permitir), al pedazo de portero que es Peter Cech y a un entrenador que no tenga miedo a hacerles jugar de verdad con el balón dominando los encuentros, quizá no tardemos en volver a ver a los de Stamford Bridge levantar una segunda Champions.


Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº16 28/05/2012
@esttoper

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