Una generación perdida
Recién
derribado el ‘telón de acero’, a principios del año 1990 comenzaban a aflorar
de nuevo los viejos sentimientos nacionalistas de las distintas regiones de la
antigua Yugoslavia. El comunismo yugoslavo, en clara decadencia, seguía
utilizando el deporte (como han hecho siempre todos los sistemas autoritarios
de todos los colores políticos) como muestra de la vitalidad del país ante el
resto de Europa, tratando de esconder así las miserias de un sistema que
parecía obsoleto y que tocaba a su fin. El deporte yugoslavo, en especial el
fútbol y el baloncesto, estaba en pleno auge. En basket tras la plata
conquistada en las olimpiadas de Seúl en 1988, una generación irrepetible
liderada por Kukoc, Divac y el malogrado Drazen Petrovic ganaba dos años
después el Mundial disputado en Argentina. Paralelamente una hornada de
futbolistas técnicamente superdotados, había asombrado al mundo conquistando el
Mundial sub-20 disputado en Chile en 1987. Unos jovencísimos Robert Prosinecki
(Balón de Oro del torneo), Boban (Balón de Plata), Davor Suker y Pedja
Mijatovic formaban una delantera de ensueño que hacía presagiar un futuro
glorioso a la selección balcánica.
Esta
terna de jugadores la formaba una mezcla heterogénea de futbolistas de
distintas regiones de Yugoslavia. Croatas, eslovenos, serbios, bosnios,
montenegrinos y macedonios competían bajo la misma bandera. Las sucesivas
guerras de la ex-Yugoslavia iban a dejar como resultado una situación muy
distinta a esta.
A
nivel de clubes el Estrella Roja de Belgrado, como campeón de la Liga yugoslava
en 1990 iba a ser el representante de este país en la Copa de Europa del año
siguiente. Su temporada en Liga había sido espectacular, pero estaba por ver si
eran capaces de exhibir ese nivel de juego en Europa. Llegaron a la final con
un equipo que derrochaba talento y como gran favorito para convertirse en el
primer equipo yugoslavo en alzarse con la Copa de Europa ante el Olympique de
Marsella liderado por Papin. Los jugadores del Estrella Roja se concentraron
una semana antes aislados en un castillo a veinte kilómetros de Bari, ciudad
italiana dónde se iba a disputar la final. La presión a la que estaban
sometidos por su propio país era insoportable.
Era
un todo o nada. Si vencían iban a ser héroes en Yugoslavia; si caían el regreso
podía ser muy duro. El equipo comandado por Ljupko Petrovic salió atenazado al
estadio San Nicola de Bari y durante
todo el partido no se atrevió a realizar el juego que había desarrollado
durante todo el año. El miedo se apoderó del equipo balcánico y el Marsella
dominó el partido en todo momento. Sin embargo el marcador no se movió. Se
llegó a la tanda de penaltis y allí Estrella Roja no falló. El defensa francés
Amoros erró su lanzamiento y el goleador de Estrella Roja, Pancev dio su
primera Copa de Europa al club y al país. Una Copa de Europa merecida durante
toda la competición pero que no tuvo la belleza que se esperaba en la final.
Esta esperada exhibición llegó a finales de ese mismo año en la final de la
Copa Intercontinental disputada en Tokio ante Colo-colo. Estrella Roja a pesar
de jugar toda la segunda parte con un hombre menos por la expulsión de
Savicevic aplastó a Colo-colo por 3-0 y pudo así demostrar la grandeza real del
fútbol de ese equipo.
En
ese momento Yugoslavia iba a llegar a la Eurocopa de 1992 con un equipo
temible, pero poco antes iba a estallar la guerra y todo iba a cambiar. Antes
de llegar a este punto el 13 de mayo de 1990 se iba a producir un
acontecimiento que iba a reflejar la cercanía del inicio de la guerra. Jugaban
en Zagreb los dos equipos de máxima rivalidad en Yugoslavia, Dinamo de Zagreb y
Estrella Roja, representantes máximos del fútbol croata y el fútbol serbio
respectivamente. Una semana antes se habían celebrado las primeras elecciones
autonómicas croatas tras la caída del comunismo en Europa del Este, y el
resultado había dado como ganador a la fuerza nacionalista liderada por Franjo
Tudjman, gran enemigo de Slovodan Milosevic. Esto convirtió el partido en una
batalla. Los aficionados radicales transformaron un partido de fútbol en un
frente abierto entre nacionalistas croatas y serbios. Más de tres mil hinchas
serbios viajaron hasta Zagreb, capital croata encabezados por Arkan, que más
tarde se haría famoso desgraciadamente, un señor
de la guerra de los Balcanes que fue perseguido como criminal de guerra y
finalmente asesinado en el 2000. Los ultras radicales de ambos equipos -los Bad
Blue Boys del Dinamo y los Delije (tipos duros) del Estrella Roja-, iniciaron un
intercambio de cánticos ofensivos que desembocaron en una batalla campal, con
los hinchas serbios arrancando asientos del estadio y arrojándolos contra la
hinchada croata ante la pasividad de la policía. La desidia policial permitió
que los aficionados atravesaran la barrera que los dividía y comenzaran a sacar
cuchillos, con un balance de cientos de heridos durante una batalla campal que
se prolongó más de una hora. Cuando la policía comenzó a actuar de verdad ya
era tarde y fueron llegando refuerzos policiales que intervinieron tanto en las
gradas como en el terreno de juego. Los jugadores del Estrella Roja, equipo
visitante, se habían retirado a los vestuarios, pero algunos del Dinamo como
Boban todavía permanecían en el terreno de juego. El caos era absoluto y la actuación de la policía se
llevó a cabo de una manera parcial. Las fuerzas de seguridad estaban en ese
momento lideradas por Slovodan Milosevic y, por orden, solo atacaron a los
seguidores croatas, multiplicando así las fuerzas de los radicales del Estrella
Roja. Fue entonces cuando se produjo la famosa patada voladora de Zvonimir
Boban. El jugador croata, por entonces de 21 años, vio como un agente se estaba
ensañando con un seguidor croata y para intentar defender a su compatriota pateó
al policía. Boban fue sancionado con seis meses
de suspensión y cargos criminales, transformándose en un símbolo heroico del
nacionalismo croata. Esa acción supuso para muchos el desencadenante de la
inminente guerra que iba a segmentar a Yugoslavia, y se encarga de recordarlo
una placa en el estadio Maksimir de Zagreb: "A los aficionados del
equipo, que sobre este terreno de juego empezaron la guerra contra Serbia el 13
de mayo de 1990".
Una vez iniciada la Guerra de los Balcanes a principios de
verano de 1991 con las declaraciones de independencia de Eslovenia y Croacia,
muchos futbolistas croatas (Suker, Jarni, Prosinecki, Boban), eslovenos
(Katanec), bosnios (Kodro y el seleccionador Ivica Osim) y macedonios (Pancev)
renunciaron a volver a vestir la camiseta yugoslava, quedándose como
representantes de esta selección los jugadores serbios más los montenegrinos
Mijatovic, Savicevic, Jokanovic y Brnovic. A pesar
de que el conflicto había estallado meses antes, el 30 de mayo de 1992 el
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas decidió sancionar a Yugoslavia. La
medida también incluyó la exclusión del combinado balcánico de la Eurocopa y
los Juegos Olímpicos que debían celebrarse en Barcelona ese mismo verano. Su
plaza en la Eurocopa la ocupó la selección danesa, que tuvo que reunir a sus
jugadores que estaban de vacaciones a menos de diez días para el inicio de la
competición. Dinamarca que llegaba de tapada acabaría ganando esa Eurocopa para
sorpresa de todos.
Tras la
guerra, las diferentes regiones de la extinta Yugoslavia se consolidaron como
países independientes. El mayor logro de una selección balcánica después de la
guerra fue el tercer puesto de Croacia en el Mundial de Francia en 1998. Pero
quién sabe qué podría haber logrado esa selección yugoslava si la guerra no se
hubiera llevado por delante una generación de oro.
Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº17 04/06/2012
@esttoper
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