domingo, 3 de junio de 2012

UNA GENERACIÓN PERDIDA nº17 Revista Kaiser 04/06/2012

Una generación perdida

Recién derribado el ‘telón de acero’, a principios del año 1990 comenzaban a aflorar de nuevo los viejos sentimientos nacionalistas de las distintas regiones de la antigua Yugoslavia. El comunismo yugoslavo, en clara decadencia, seguía utilizando el deporte (como han hecho siempre todos los sistemas autoritarios de todos los colores políticos) como muestra de la vitalidad del país ante el resto de Europa, tratando de esconder así las miserias de un sistema que parecía obsoleto y que tocaba a su fin. El deporte yugoslavo, en especial el fútbol y el baloncesto, estaba en pleno auge. En basket tras la plata conquistada en las olimpiadas de Seúl en 1988, una generación irrepetible liderada por Kukoc, Divac y el malogrado Drazen Petrovic ganaba dos años después el Mundial disputado en Argentina. Paralelamente una hornada de futbolistas técnicamente superdotados, había asombrado al mundo conquistando el Mundial sub-20 disputado en Chile en 1987. Unos jovencísimos Robert Prosinecki (Balón de Oro del torneo), Boban (Balón de Plata), Davor Suker y Pedja Mijatovic formaban una delantera de ensueño que hacía presagiar un futuro glorioso a la selección balcánica.
Esta terna de jugadores la formaba una mezcla heterogénea de futbolistas de distintas regiones de Yugoslavia. Croatas, eslovenos, serbios, bosnios, montenegrinos y macedonios competían bajo la misma bandera. Las sucesivas guerras de la ex-Yugoslavia iban a dejar como resultado una situación muy distinta a esta.
A nivel de clubes el Estrella Roja de Belgrado, como campeón de la Liga yugoslava en 1990 iba a ser el representante de este país en la Copa de Europa del año siguiente. Su temporada en Liga había sido espectacular, pero estaba por ver si eran capaces de exhibir ese nivel de juego en Europa. Llegaron a la final con un equipo que derrochaba talento y como gran favorito para convertirse en el primer equipo yugoslavo en alzarse con la Copa de Europa ante el Olympique de Marsella liderado por Papin. Los jugadores del Estrella Roja se concentraron una semana antes aislados en un castillo a veinte kilómetros de Bari, ciudad italiana dónde se iba a disputar la final. La presión a la que estaban sometidos por su propio país era insoportable.


Era un todo o nada. Si vencían iban a ser héroes en Yugoslavia; si caían el regreso podía ser muy duro. El equipo comandado por Ljupko Petrovic salió atenazado al estadio San Nicola de Bari y durante todo el partido no se atrevió a realizar el juego que había desarrollado durante todo el año. El miedo se apoderó del equipo balcánico y el Marsella dominó el partido en todo momento. Sin embargo el marcador no se movió. Se llegó a la tanda de penaltis y allí Estrella Roja no falló. El defensa francés Amoros erró su lanzamiento y el goleador de Estrella Roja, Pancev dio su primera Copa de Europa al club y al país. Una Copa de Europa merecida durante toda la competición pero que no tuvo la belleza que se esperaba en la final. Esta esperada exhibición llegó a finales de ese mismo año en la final de la Copa Intercontinental disputada en Tokio ante Colo-colo. Estrella Roja a pesar de jugar toda la segunda parte con un hombre menos por la expulsión de Savicevic aplastó a Colo-colo por 3-0 y pudo así demostrar la grandeza real del fútbol de ese equipo.
En ese momento Yugoslavia iba a llegar a la Eurocopa de 1992 con un equipo temible, pero poco antes iba a estallar la guerra y todo iba a cambiar. Antes de llegar a este punto el 13 de mayo de 1990 se iba a producir un acontecimiento que iba a reflejar la cercanía del inicio de la guerra. Jugaban en Zagreb los dos equipos de máxima rivalidad en Yugoslavia, Dinamo de Zagreb y Estrella Roja, representantes máximos del fútbol croata y el fútbol serbio respectivamente. Una semana antes se habían celebrado las primeras elecciones autonómicas croatas tras la caída del comunismo en Europa del Este, y el resultado había dado como ganador a la fuerza nacionalista liderada por Franjo Tudjman, gran enemigo de Slovodan Milosevic. Esto convirtió el partido en una batalla. Los aficionados radicales transformaron un partido de fútbol en un frente abierto entre nacionalistas croatas y serbios. Más de tres mil hinchas serbios viajaron hasta Zagreb, capital croata encabezados por Arkan, que más tarde se haría famoso desgraciadamente, un señor de la guerra de los Balcanes que fue perseguido como criminal de guerra y finalmente asesinado en el 2000. Los ultras radicales de ambos equipos -los Bad Blue Boys del Dinamo y los Delije (tipos duros) del Estrella Roja-, iniciaron un intercambio de cánticos ofensivos que desembocaron en una batalla campal, con los hinchas serbios arrancando asientos del estadio y arrojándolos contra la hinchada croata ante la pasividad de la policía. La desidia policial permitió que los aficionados atravesaran la barrera que los dividía y comenzaran a sacar cuchillos, con un balance de cientos de heridos durante una batalla campal que se prolongó más de una hora. Cuando la policía comenzó a actuar de verdad ya era tarde y fueron llegando refuerzos policiales que intervinieron tanto en las gradas como en el terreno de juego. Los jugadores del Estrella Roja, equipo visitante, se habían retirado a los vestuarios, pero algunos del Dinamo como Boban todavía permanecían en el terreno de juego. El caos era absoluto y la actuación de la policía se llevó a cabo de una manera parcial. Las fuerzas de seguridad estaban en ese momento lideradas por Slovodan Milosevic y, por orden, solo atacaron a los seguidores croatas, multiplicando así las fuerzas de los radicales del Estrella Roja. Fue entonces cuando se produjo la famosa patada voladora de Zvonimir Boban. El jugador croata, por entonces de 21 años, vio como un agente se estaba ensañando con un seguidor croata y para intentar defender a su compatriota pateó al policía. Boban fue sancionado con seis meses de suspensión y cargos criminales, transformándose en un símbolo heroico del nacionalismo croata. Esa acción supuso para muchos el desencadenante de la inminente guerra que iba a segmentar a Yugoslavia, y se encarga de recordarlo una placa en el estadio Maksimir de Zagreb: "A los aficionados del equipo, que sobre este terreno de juego empezaron la guerra contra Serbia el 13 de mayo de 1990".
Una vez iniciada la Guerra de los Balcanes a principios de verano de 1991 con las declaraciones de independencia de Eslovenia y Croacia, muchos futbolistas croatas (Suker, Jarni, Prosinecki, Boban), eslovenos (Katanec), bosnios (Kodro y el seleccionador Ivica Osim) y macedonios (Pancev) renunciaron a volver a vestir la camiseta yugoslava, quedándose como representantes de esta selección los jugadores serbios más los montenegrinos Mijatovic, Savicevic, Jokanovic y Brnovic. A pesar de que el conflicto había estallado meses antes, el 30 de mayo de 1992 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas decidió sancionar a Yugoslavia. La medida también incluyó la exclusión del combinado balcánico de la Eurocopa y los Juegos Olímpicos que debían celebrarse en Barcelona ese mismo verano. Su plaza en la Eurocopa la ocupó la selección danesa, que tuvo que reunir a sus jugadores que estaban de vacaciones a menos de diez días para el inicio de la competición. Dinamarca que llegaba de tapada acabaría ganando esa Eurocopa para sorpresa de todos.

Tras la guerra, las diferentes regiones de la extinta Yugoslavia se consolidaron como países independientes. El mayor logro de una selección balcánica después de la guerra fue el tercer puesto de Croacia en el Mundial de Francia en 1998. Pero quién sabe qué podría haber logrado esa selección yugoslava si la guerra no se hubiera llevado por delante una generación de oro.


Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº17 04/06/2012
@esttoper

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