lunes, 30 de abril de 2012

BENDITA EXCEPCIÓN nº12 Revista Kaiser 30/04/2012


BENDITA EXCEPCIÓN

Hablábamos en el anterior artículo de una selección que escapaba a la serie de fracasos que habían tenido combinados nacionales que rompían con su filosofía de fútbol tradicional para agarrarse a un fútbol más conservador. Esta selección en vez de cambiar como las demás había girado hacia un fútbol de muchos quilates. Y es por eso que te devuelve la ilusión por el fútbol ver la excepción que supone Alemania. Ver como una selección con ADN ganador, que ha conseguido grandes resultados siempre, incluso cuando el nivel de sus jugadores parecía que no daba para tanto (fue finalista del Mundial de Corea y de la Euro 2008 sin jugadores del nivel de Beckenbauer, Müller, Matthäus, Rummenige o Stilike), evoluciona hacia un fútbol de un gusto exquisito es un regalo del cielo para los amantes del fútbol.
 Esta evolución tiene muchos puntos en común con la Roja. Una generación que no cesa de crear talentos (los Ozil, Götze, Hummels, Reus o Müller, etc. no llega ninguno a los 24 años), el estilo de fútbol combinativo del Borussia Dortmund del genial Jürgen Klopp (que se declara admirador de Guardiola) como base de su juego, un entrenador elegante como Low, un líder silencioso como Schweinsteiger y un goleador como Mario Gómez, sin olvidarnos del eterno Klose que parece vivir una segunda juventud en su aventura en la Lazio, son realidades que hacen pensar que serán alemanes y españoles los que se disputarán la gloria en los años venideros.
Será complicado que este partido entre alemanes y españoles se llegue a disputar en ésta próxima Eurocopa, puesto que la distribución de los cuadros de la fase final de la Eurocopa, a diferencia de lo que sucede en los Mundiales, les impide verse las caras antes de la final. Pero sin duda sería el mejor partido que nos podría regalar ésta Eurocopa. Será una Alemania mucho más madura que la joven selección que nos plantó cara en las semifinales del Mundial, que no sé si llegaría a disputarle el balón a España pero que cuando lo tuviera iría al ataque, de la misma manera que hizo  en Sudáfrica cuando aplastó a Inglaterra y Argentina antes de caer con España.

        Y será una batalla preciosa. Elegante, respetuosa y limpia. Pero será elitista. Lo bueno no lo saben apreciar todos los paladares. Aquí no cabrán agresiones de Balotelli, ruedas de prensa groseras de Mourinho, intimidaciones a niños por mostrar la bandera de su equipo como vimos hace poco en el Sadar, insultos de Clemente a periodistas que se limitan a hacer su trabajo, ni cortes de mangas de Pepe o Touré en las últimas finales de Copa. No interesarán. Porque a la derrota no se le buscarán más justificaciones que las que afirmen que el rival fue mejor, y es así como estos equipos asumirán (si es que no lo asumen ya) la responsabilidad de dignificar el fútbol.
        Esta manera de hacer bien las cosas, de apostar por un fútbol de ataque, por imponer la calidad técnica de tu equipo sobre la del rival, y aceptar la derrota deportivamente no hace sino educar el paladar de los seguidores de estos equipos. De la misma forma que el que prueba el jamón de jabugo cuando está acostumbrado a comer mortadela prefiere seguir comiendo jamón, el aficionado español va a seguir prefiriendo una selección con unos valores y una cultura futbolística tan fantástica que nadie va a permitir que se cambien. Quizá sea un caso similar a lo que le sucedió en el Futbol Club Barcelona a principios de los 90 con el Dream team de Cruyff. La huella que dejó el fútbol de ese equipo, germen de lo que es hoy el Barça de Guardiola, fue tan marcada que todo aquel que vino después, que no tenía porqué entender esa cultura, acabó abandonando Can Barça por la puerta de atrás. Llegó un gran entrenador como Bobby Robson, que incluso había entrenado a la selección inglesa, y ganó todo lo que disputó el año que estuvo excepto la Liga que peleó con el Madrid de Capello hasta el final. Pero no fue suficiente porque el fútbol no era el mismo. Se le recuerda con cariño pero la sombra del equipo de Cruyff era alargada. Al año siguiente el Barça contrató a Van Gaal, entrenador de moda por aquella época y campeón de Europa con el Ajax, pero tampoco gustó. Sus malos modos con la prensa, su insensibilidad a la hora de cargarse de malas maneras a canteranos como Amor u Oscar García entre otros, y cambiar esa cultura de la Masía por nutrir el equipo de jugadores holandeses hizo que los aficionados culés perdieran identidad con el equipo. Ganó dos ligas y una Copa, pero tampoco bastó. Los resultados no eran el problema. Así fueron pasando entrenadores que iban dejando el club con más pena que gloria, hasta que llegó Rijkaard y después Guardiola que recuperaron esa cultura de cantera y buen fútbol que hoy disfrutan los aficionados culés.
        La excepción que supone Alemania como selección a la hora de evolucionar su estilo la escenifica como club el Athletic de Bilbao. En los últimos años, hasta la llegada de Urrutia a la presidencia, el gran trabajo que han llevado a cabo entrenadores de la talla de Javier Irureta como director del fútbol base en Lezama, y sobretodo Joaquín Caparrós, como entrenador del primer equipo, está dando sus frutos en la presente campaña. Y es que la llegada de Marcelo Bielsa como relevo de Caparrós ha supuesto una nueva evolución en el equipo. El Athletic siempre ha tenido la garra, el coraje o la casta como señas de identidad, pero Bielsa ha demostrado que estos valores no tienen porqué estar reñidos con el buen fútbol y con la calidad técnica del equipo. Ha sabido integrarse perfectamente en la cultura de club tan peculiar (tan peculiar que le hace único) que tiene el Athletic y adaptar su fútbol a estos valores. El aficionado del Athletic no estaba acostumbrado a ver un fútbol tan elaborado y tan vistoso, pero estoy seguro que después de ver la temporada que están haciendo y de partidos como el de Old Trafford o el disputado en Gelsenkirchen contra el Shalcke 04 se sentirán orgullosos del fútbol que practica su equipo. Y tanto en Copa del Rey como en Europa League aun en caso de caer derrotados la afición les debería premiar (y estoy seguro de que lo hará) con una ovación ensordecedora merecidísima por su fútbol que enamora y por hacernos al resto de aficionados un poquito del Athletic.
        Y es que el espectáculo es eso. Hacer un fútbol de ataque, queriendo el balón, e intentando gustar al aficionado tiene premio. Ese premio es el reconocimiento sea cual sea el resultado. El admitir que es imposible ganar siempre pero no lo es el tener siempre la misma propuesta de fútbol ofensivo. Otras propuestas de fútbol más defensivas o más conservadoras tienen un premio distinto. Sólo tienen reconocimiento cuando ganan, y ese reconocimiento ya no viene de los aficionados al fútbol, sino de los hinchas más acérrimos de su equipo y de la prensa oportunista, que siempre espera el resultado a toro pasado para subirse a un carro o a otro. Cuando pierden esa misma prensa también está esperando, preparada para lincharlos.
        Por eso prefiero ser alemán y perder una semifinal del Mundial como la que perdió Alemania con España, que ser holandés y que mi selección juegue una final limitándose a dar patadas al equipo rival y avergonzando a exjugadores de su propia nación como Johan Cruyff, que en 1974 con “la naranja mecánica” sí dignificó a su país perdiendo otra final pero asombrando al mundo con un fútbol irrepetible. Igual que preferiré ser un seguidor del Athletic el día que pierda que ser hincha del Chelsea que ganó hace poco en la ida de semifinales de Champions al Barça atrincherándose atrás, acomplejado y apelando a una suerte inexplicable. E igual que preferiré, por supuesto, ser español o alemán el día que éstas selecciones caigan en la Eurocopa antes que ganarla de la forma que la ganó Grecia en Portugal hace ocho años. 


Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº12 30/04/2012
@esttoper

lunes, 23 de abril de 2012

CUESTIÓN DE ESTILOS nº11 Revista Kaiser 23/04/2012

CUESTIÓN DE ESTILOS

             Decía Tarantino en Four Rooms que “mi forma de contar la historia puede que dé la vuelta al mundo, pero es el viaje lo que verdaderamente vale la pena”. Es decir, que puede que el desenlace no sea tan importante como la manera en que se produce.
            Seguramente nos encontramos en una época histórica en que ganar, triunfar, tener un minuto de gloria lo justifica todo. Y quizá en el fútbol, como espejo de la sociedad en que vivimos se acentúa esta realidad.

            No importaron los planteamientos mezquinos y ultradefensivos que llevó a cabo la Grecia de Otto Rehhagel que provocaban partidos infumables, cuando en aquellas tres semanas calurosas de junio de 2004 todos los dioses se alinearon de su parte para que se alzara con la Eurocopa de Portugal. Periodistas, entrenadores y resto de opinión pública influyente, que a lo largo del torneo se había hartado de elogiar a equipos como Holanda, o sobre todo la República Checa de Baros, Nedved o Köller que jugaba al fútbol como los ángeles, repentinamente tras el triunfo de Grecia pasaron a alabar las primitivas estrategias del entrenador alemán, al que sólo días antes tachaban de representar el antifútbol, de arcaico e indigno para una competición de ésta solera. Sin embargo, en descargo de ésta selección griega hay que decir que estos planteamientos tienen excusa. Y es que en un país sin apenas tradición futbolística, Rehhagel apostó por el orden y la agresividad como armas para un equipo de una calidad futbolística de un nivel muy lejano al del resto de selecciones a priori favoritas.

            Otros, en cambio, no tienen excusa. El estilo de la selección italiana tan arraigado a lo largo de su historia, no deja lugar a dudas. Un sistema ultradefensivo fundamentado en la brega de sus jugadores, los marcajes férreos al hombre y las faltas tácticas, sacrificando la calidad de sus jugadores aferrándose al estricto sistema. Y es que sólo en ésta selección se puede explicar que jugadores de fantasía como Del Piero o Zola no hayan tenido continuidad. Esta actitud pragmática, natural en condiciones de inferioridad técnica, innegociable para los italianos, es motivo de orgullo para los azzurros cuando ganan. En el Mundial de Alemania 2006 Italia venció nuevamente con esta propuesta llevada a cabo por el gran Marcello Lippi, ensalzándose por parte de la crítica italiana a jugadores como Gattuso, Cannavaro (sorprendente Balón de Oro aquel año) o Materazzi como estiletes de esta filosofía de fútbol. Cuatro años después, Italia, con Lippi de nuevo al mando, pero con un equipo compendio entre estrellas ya veteranas y jugadores de inferior nivel fracasó estrepitosamente en su intento de revalidar el título mundial cayendo eliminada en la primera ronda ante selecciones para las que el mero hecho de haberse clasificado para la fase final ya suponía un triunfo por sí mismo. El ridículo que supuso los empates con Paraguay y Nueva Zelanda sumados a la dolorosa derrota ante Eslovaquia provocaron que los jugadores italianos fueran recibidos con abucheos y en medio de los gritos de “vergüenza” pronunciados por los tifosi a su llegada al aeropuerto de Roma. Esta situación no era nueva, pues otros descalabros como las eliminaciones ante Corea del Norte en el Mundial de 1966 o ante la República Checa en la Euro 96 habían provocado situaciones similares. Se había usado la misma estrategia, las mismas armas, pero los jugadores no eran los mismos, y la falta de calidad evidenciaba las miserias de un sistema tan alabado en los días de gloria como vergonzante en la derrota.

            En España nos hemos pasado décadas envidiando a selecciones como Brasil, Alemania o Italia, que aun siendo todas ellas radicalmente distintas, todas coincidían en la posesión de un estilo propio, trabajado durante años, y conocido a la perfección tanto por los propios jugadores como por los rivales. La “furia española” no era suficiente cuando enfrente se plantaban selecciones poderosas que sí sabían a que jugaban. Sin embargo, circunstancias como la explosión de una generación extraordinaria de jugadores de una técnica descomunal, la inteligencia de Luis Aragonés poblando el mediocampo de jugadores con estas condiciones, la posibilidad de mirarse en el espejo de un equipo como el Barcelona (y ahora el Athletic de Bielsa) que practica un fútbol jamás visto, y el cambio de mentalidad a la hora de competir, dejando atrás ese estigma derrotista que habíamos llevado tatuado a fuego durante tantos años, han provocado que el estilo de fútbol que practica España sea la envidia de selecciones que, hasta no hace tanto mirábamos con un complejo de inferioridad que parecía no íbamos a superar jamás. A esto hay que añadir el acierto del relevo de entrenador en la figura de Vicente Del Bosque, que lejos de imponer nuevos esquemas o cambios drásticos en el estilo del equipo (como hicieron seleccionadores como Dunga en Brasil o Maradona en Argentina –y así les fue-) sigue aplicando el sentido común renovando el equipo paulatinamente y haciendo pequeñas variaciones en el esquema sin que el modelo se resienta.

            Y mientras en España hemos encontrado el ansiado patrón de juego, otras selecciones cuya idiosincrasia parecía sagrada ha cambiado  radicalmente. Verbigracia. La Brasil de Dunga. Toda la vida Brasil siendo admirada por su jogo bonito, inalcanzable para el resto de selecciones, que le hace ser la única selección pentacampeona mundial,…y Dunga se lo carga de un plumazo. En la convocatoria para el Mundial de 2010 se carga a talentos como Pato, Ganso, Neymar, Ronaldinho o Diego en beneficio de jugadores duros y sacrificados como Felipe Melo (que se autoexpulsaría en la derrota en cuartos frente a Holanda que supondría la eliminación), Elano o Gilberto Silva. Y la forma de jugar se traduce en partidos aburridos que acaban en una temprana eliminación y que produce, además de la dimisión de Dunga, los insultos, recriminaciones y llantos de la torcida brasileña a su selección a la llegada de esta a Brasil. Dunga, sin embargo no es el único que ha osado cambiar la filosofía arraigada de una selección. Fracasó el intento de “italianizar” la selección inglesa de Capello, igual que fracasó la idea de Grondona de pensar que Maradona por ser el mejor como jugador estaba capacitado para dirigir una selección con tanto talento como la argentina, obviando que jugar y entrenar son artes distintas, y que como dijo alguna vez Valdano “es difícil que sepa enseñar un genio que no ha necesitado que le enseñaran nada”. Estos tres casos tienen un punto en común, y es que brasileños, ingleses y argentinos se apartaron de su filosofía futbolística para instaurar esquemas mucho más conservadores en detrimento del espectáculo. Existe una excepción a estos cambios de estilo, pero es tan fantástica que merece un artículo entero, así que lo dejamos para el próximo.

            La sociedad, el entorno nos enseña (obliga) desde pequeños a ganar; se insiste en frases  como “sólo se recuerda a los ganadores”, “ganar lo es todo”, etc. olvidando que aunque ganar sea el aliciente para competir no constituye un fin en sí mismo, olvidando que el desenlace de la historia de la que hablaba Tarantino no sea tan importante como la forma en que se produzca. Todos los modelos pueden valer, y es en la variedad de estilos para conseguir ganar en lo que radica la grandeza de este deporte, pero la filosofía de fútbol de España tiene algo muy grande que todavía, por suerte (vaya paradoja), no hemos podido comprobar. Y se producirá el día que pierda, que perderá. Ese día España caerá de una manera épica, jugando con ese mismo fútbol precioso con el que ha ganado y nos ha hecho disfrutar en los últimos años, y es por eso que ese día no sólo no podremos achacar nada a este equipo sino que estaremos igual de orgullosos de esta selección o más que cuando se ganó.




Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº11 23/04/2012
@esttoper