BENDITA EXCEPCIÓN
Hablábamos
en el anterior artículo de una selección que escapaba a la serie de fracasos
que habían tenido combinados nacionales que rompían con su filosofía de fútbol
tradicional para agarrarse a un fútbol más conservador. Esta selección en vez
de cambiar como las demás había girado hacia un fútbol de muchos quilates. Y es
por eso que te devuelve la ilusión por el fútbol ver la excepción que supone Alemania. Ver como una selección con
ADN ganador, que ha conseguido grandes resultados siempre, incluso cuando el
nivel de sus jugadores parecía que no daba para tanto (fue finalista del
Mundial de Corea y de la Euro 2008 sin jugadores del nivel de Beckenbauer,
Müller, Matthäus, Rummenige o Stilike), evoluciona hacia un fútbol de un gusto
exquisito es un regalo del cielo para los amantes del fútbol.
Esta evolución tiene muchos
puntos en común con la Roja. Una generación que no cesa de crear talentos (los
Ozil, Götze, Hummels, Reus o Müller, etc. no llega ninguno a los 24 años), el
estilo de fútbol combinativo del Borussia Dortmund del genial Jürgen Klopp (que
se declara admirador de Guardiola) como base de su juego, un entrenador
elegante como Low, un líder silencioso como Schweinsteiger y un goleador como
Mario Gómez, sin olvidarnos del eterno Klose que parece vivir una segunda
juventud en su aventura en la Lazio, son realidades que hacen pensar que serán
alemanes y españoles los que se disputarán la gloria en los años venideros.
Será complicado que este partido entre alemanes y españoles se llegue
a disputar en ésta próxima Eurocopa, puesto que la distribución de los cuadros
de la fase final de la Eurocopa, a diferencia de lo que sucede en los
Mundiales, les impide verse las caras antes de la final. Pero sin duda sería el
mejor partido que nos podría regalar ésta Eurocopa. Será una Alemania mucho más
madura que la joven selección que nos plantó cara en las semifinales del
Mundial, que no sé si llegaría a disputarle el balón a España pero que cuando
lo tuviera iría al ataque, de la misma manera que hizo en Sudáfrica cuando aplastó a Inglaterra y
Argentina antes de caer con España.
Y será una batalla preciosa.
Elegante, respetuosa y limpia. Pero será elitista. Lo bueno no lo saben
apreciar todos los paladares. Aquí no cabrán agresiones de Balotelli, ruedas de
prensa groseras de Mourinho, intimidaciones a niños por mostrar la bandera de
su equipo como vimos hace poco en el Sadar, insultos de Clemente a periodistas
que se limitan a hacer su trabajo, ni cortes de mangas de Pepe o Touré en las
últimas finales de Copa. No interesarán. Porque a la derrota no se le buscarán
más justificaciones que las que afirmen que el rival fue mejor, y es así como
estos equipos asumirán (si es que no lo asumen ya) la responsabilidad de
dignificar el fútbol.
Esta manera de hacer bien las cosas, de
apostar por un fútbol de ataque, por imponer la calidad técnica de tu equipo
sobre la del rival, y aceptar la derrota deportivamente no hace sino educar el
paladar de los seguidores de estos equipos. De la misma forma que el que prueba
el jamón de jabugo cuando está acostumbrado a comer mortadela prefiere seguir
comiendo jamón, el aficionado español va a seguir prefiriendo una selección con
unos valores y una cultura futbolística tan fantástica que nadie va a permitir
que se cambien. Quizá sea un caso similar a lo que le sucedió en el Futbol Club
Barcelona a principios de los 90 con el Dream
team de Cruyff. La huella que dejó el fútbol de ese equipo, germen de lo
que es hoy el Barça de Guardiola, fue tan marcada que todo aquel que vino
después, que no tenía porqué entender esa cultura, acabó abandonando Can Barça
por la puerta de atrás. Llegó un gran entrenador como Bobby Robson, que incluso
había entrenado a la selección inglesa, y ganó todo lo que disputó el año que
estuvo excepto la Liga que peleó con el Madrid de Capello hasta el final. Pero
no fue suficiente porque el fútbol no era el mismo. Se le recuerda con cariño
pero la sombra del equipo de Cruyff era alargada. Al año siguiente el Barça
contrató a Van Gaal, entrenador de moda por aquella época y campeón de Europa
con el Ajax, pero tampoco gustó. Sus malos modos con la prensa, su
insensibilidad a la hora de cargarse de malas maneras a canteranos como Amor u
Oscar García entre otros, y cambiar esa cultura de la Masía por nutrir el
equipo de jugadores holandeses hizo que los aficionados culés perdieran
identidad con el equipo. Ganó dos ligas y una Copa, pero tampoco bastó. Los
resultados no eran el problema. Así fueron pasando entrenadores que iban
dejando el club con más pena que gloria, hasta que llegó Rijkaard y después
Guardiola que recuperaron esa cultura de cantera y buen fútbol que hoy
disfrutan los aficionados culés.
La excepción que supone Alemania
como selección a la hora de evolucionar su estilo la escenifica como club el Athletic de Bilbao. En los últimos
años, hasta la llegada de Urrutia a la presidencia, el gran trabajo que han
llevado a cabo entrenadores de la talla de Javier Irureta como director del
fútbol base en Lezama, y sobretodo Joaquín Caparrós, como entrenador del primer
equipo, está dando sus frutos en la presente campaña. Y es que la llegada de
Marcelo Bielsa como relevo de Caparrós ha supuesto una nueva evolución en el
equipo. El Athletic siempre ha tenido la garra, el coraje o la casta como señas
de identidad, pero Bielsa ha demostrado que estos valores no tienen porqué
estar reñidos con el buen fútbol y con la calidad técnica del equipo. Ha sabido
integrarse perfectamente en la cultura de club tan peculiar (tan peculiar que
le hace único) que tiene el Athletic y adaptar su fútbol a estos valores. El
aficionado del Athletic no estaba acostumbrado a ver un fútbol tan elaborado y
tan vistoso, pero estoy seguro que después de ver la temporada que están
haciendo y de partidos como el de Old Trafford o el disputado en Gelsenkirchen
contra el Shalcke 04 se sentirán orgullosos del fútbol que practica su equipo.
Y tanto en Copa del Rey como en Europa League aun en caso de caer derrotados la
afición les debería premiar (y estoy seguro de que lo hará) con una ovación
ensordecedora merecidísima por su fútbol que enamora y por hacernos al resto de
aficionados un poquito del Athletic.
Y es que el espectáculo es eso.
Hacer un fútbol de ataque, queriendo el balón, e intentando gustar al
aficionado tiene premio. Ese premio es el reconocimiento sea cual sea el
resultado. El admitir que es imposible ganar siempre pero no lo es el tener
siempre la misma propuesta de fútbol ofensivo. Otras propuestas de fútbol más
defensivas o más conservadoras tienen un premio distinto. Sólo tienen
reconocimiento cuando ganan, y ese reconocimiento ya no viene de los
aficionados al fútbol, sino de los hinchas más acérrimos de su equipo y de la
prensa oportunista, que siempre espera el resultado a toro pasado para subirse
a un carro o a otro. Cuando pierden esa misma prensa también está esperando,
preparada para lincharlos.
Por eso prefiero ser alemán y perder una semifinal del Mundial como la
que perdió Alemania con España, que ser holandés y que mi selección juegue una
final limitándose a dar patadas al equipo rival y avergonzando a exjugadores de
su propia nación como Johan Cruyff, que en 1974 con “la naranja mecánica” sí
dignificó a su país perdiendo otra final pero asombrando al mundo con un fútbol
irrepetible. Igual que preferiré ser un seguidor del Athletic el día que pierda
que ser hincha del Chelsea que ganó hace poco en la ida de semifinales de
Champions al Barça atrincherándose atrás, acomplejado y apelando a una suerte
inexplicable. E igual que preferiré, por supuesto, ser español o alemán el día
que éstas selecciones caigan en la Eurocopa antes que ganarla de la forma que
la ganó Grecia en Portugal hace ocho años.
Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº12 30/04/2012
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