CUESTIÓN DE ESTILOS
Decía Tarantino en Four Rooms que “mi forma de contar la
historia puede que dé la vuelta al mundo, pero es el viaje lo que
verdaderamente vale la pena”. Es decir, que puede que el desenlace no sea tan
importante como la manera en que se produce.
Seguramente nos encontramos en una
época histórica en que ganar, triunfar, tener un minuto de gloria lo justifica
todo. Y quizá en el fútbol, como espejo de la sociedad en que vivimos se
acentúa esta realidad.
No importaron los planteamientos
mezquinos y ultradefensivos que llevó a cabo la Grecia de Otto Rehhagel que provocaban partidos infumables, cuando
en aquellas tres semanas calurosas de junio de 2004 todos los dioses se
alinearon de su parte para que se alzara con la Eurocopa de Portugal.
Periodistas, entrenadores y resto de opinión pública influyente, que a lo largo
del torneo se había hartado de elogiar a equipos como Holanda, o sobre todo la
República Checa de Baros, Nedved o Köller que jugaba al fútbol como los
ángeles, repentinamente tras el triunfo de Grecia pasaron a alabar las
primitivas estrategias del entrenador alemán, al que sólo días antes tachaban
de representar el antifútbol, de arcaico e indigno para una competición de ésta
solera. Sin embargo, en descargo de ésta selección griega hay que decir que
estos planteamientos tienen excusa. Y es que en un país sin apenas tradición
futbolística, Rehhagel apostó por el orden y la agresividad como armas para un
equipo de una calidad futbolística de un nivel muy lejano al del resto de
selecciones a priori favoritas.
Otros, en cambio, no tienen excusa.
El estilo de la selección italiana
tan arraigado a lo largo de su historia, no deja lugar a dudas. Un sistema
ultradefensivo fundamentado en la brega de sus jugadores, los marcajes férreos
al hombre y las faltas tácticas, sacrificando la calidad de sus jugadores
aferrándose al estricto sistema. Y es que sólo en ésta selección se puede
explicar que jugadores de fantasía como Del Piero o Zola no hayan tenido
continuidad. Esta actitud pragmática, natural en condiciones de inferioridad
técnica, innegociable para los italianos, es motivo de orgullo para los azzurros cuando ganan. En el Mundial de
Alemania 2006 Italia venció nuevamente con esta propuesta llevada a cabo por el
gran Marcello Lippi, ensalzándose por parte de la crítica italiana a jugadores
como Gattuso, Cannavaro (sorprendente Balón de Oro aquel año) o Materazzi como
estiletes de esta filosofía de fútbol. Cuatro años después, Italia, con Lippi
de nuevo al mando, pero con un equipo compendio entre estrellas ya veteranas y
jugadores de inferior nivel fracasó estrepitosamente en su intento de revalidar
el título mundial cayendo eliminada en la primera ronda ante selecciones para
las que el mero hecho de haberse clasificado para la fase final ya suponía un
triunfo por sí mismo. El ridículo que supuso los empates con Paraguay y Nueva
Zelanda sumados a la dolorosa derrota ante Eslovaquia provocaron que los
jugadores italianos fueran recibidos con abucheos y en medio de los gritos de
“vergüenza” pronunciados por los tifosi a
su llegada al aeropuerto de Roma. Esta situación no era nueva, pues otros
descalabros como las eliminaciones ante Corea del Norte en el Mundial de 1966 o
ante la República Checa en la Euro 96 habían provocado situaciones similares.
Se había usado la misma estrategia, las mismas armas, pero los jugadores no
eran los mismos, y la falta de calidad evidenciaba las miserias de un sistema
tan alabado en los días de gloria como vergonzante en la derrota.
En España nos hemos pasado décadas envidiando a selecciones como
Brasil, Alemania o Italia, que aun siendo todas ellas radicalmente distintas,
todas coincidían en la posesión de un estilo propio, trabajado durante años, y
conocido a la perfección tanto por los propios jugadores como por los rivales.
La “furia española” no era suficiente cuando enfrente se plantaban selecciones
poderosas que sí sabían a que jugaban. Sin embargo, circunstancias como la
explosión de una generación extraordinaria de jugadores de una técnica
descomunal, la inteligencia de Luis Aragonés poblando el mediocampo de
jugadores con estas condiciones, la posibilidad de mirarse en el espejo de un
equipo como el Barcelona (y ahora el Athletic de Bielsa) que practica un fútbol
jamás visto, y el cambio de mentalidad a la hora de competir, dejando atrás ese
estigma derrotista que habíamos llevado tatuado a fuego durante tantos años,
han provocado que el estilo de fútbol que practica España sea la envidia de
selecciones que, hasta no hace tanto mirábamos con un complejo de inferioridad
que parecía no íbamos a superar jamás. A esto hay que añadir el acierto del
relevo de entrenador en la figura de Vicente Del Bosque, que lejos de imponer
nuevos esquemas o cambios drásticos en el estilo del equipo (como hicieron
seleccionadores como Dunga en Brasil o Maradona en Argentina –y así les fue-)
sigue aplicando el sentido común renovando el equipo paulatinamente y haciendo
pequeñas variaciones en el esquema sin que el modelo se resienta.
Y mientras en España hemos
encontrado el ansiado patrón de juego, otras selecciones cuya idiosincrasia
parecía sagrada ha cambiado
radicalmente. Verbigracia. La Brasil
de Dunga. Toda la vida Brasil siendo admirada por su jogo bonito, inalcanzable para el resto de selecciones, que le hace
ser la única selección pentacampeona mundial,…y Dunga se lo carga de un
plumazo. En la convocatoria para el Mundial de 2010 se carga a talentos como
Pato, Ganso, Neymar, Ronaldinho o Diego en beneficio de jugadores duros y
sacrificados como Felipe Melo (que se autoexpulsaría en la derrota en cuartos
frente a Holanda que supondría la eliminación), Elano o Gilberto Silva. Y la
forma de jugar se traduce en partidos aburridos que acaban en una temprana
eliminación y que produce, además de la dimisión de Dunga, los insultos, recriminaciones
y llantos de la torcida brasileña a
su selección a la llegada de esta a Brasil. Dunga, sin embargo no es el único
que ha osado cambiar la filosofía arraigada de una selección. Fracasó el
intento de “italianizar” la selección
inglesa de Capello, igual que fracasó la idea de Grondona de pensar que
Maradona por ser el mejor como jugador estaba capacitado para dirigir una
selección con tanto talento como la argentina,
obviando que jugar y entrenar son artes distintas, y que como dijo alguna vez
Valdano “es difícil que sepa enseñar un genio que no ha necesitado que le
enseñaran nada”. Estos tres casos tienen un punto en común, y es que
brasileños, ingleses y argentinos se apartaron de su filosofía futbolística
para instaurar esquemas mucho más conservadores en detrimento del espectáculo.
Existe una excepción a estos cambios de estilo, pero es tan fantástica que
merece un artículo entero, así que lo dejamos para el próximo.
La sociedad, el entorno nos enseña
(obliga) desde pequeños a ganar; se insiste en frases como “sólo se recuerda a los ganadores”, “ganar lo es todo”, etc.
olvidando que aunque ganar sea el aliciente para competir no constituye un fin
en sí mismo, olvidando que el desenlace de la historia de la que hablaba
Tarantino no sea tan importante como la forma en que se produzca. Todos los
modelos pueden valer, y es en la variedad de estilos para conseguir ganar en lo
que radica la grandeza de este deporte, pero la filosofía de fútbol de España
tiene algo muy grande que todavía, por suerte (vaya paradoja), no hemos podido
comprobar. Y se producirá el día que pierda, que perderá. Ese día España caerá
de una manera épica, jugando con ese mismo fútbol precioso con el que ha ganado
y nos ha hecho disfrutar en los últimos años, y es por eso que ese día no sólo
no podremos achacar nada a este equipo sino que estaremos igual de orgullosos
de esta selección o más que cuando se ganó.
Alberto Egea Estopiñán, Revista-Kaiser nº11 23/04/2012
@esttoper
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