Con Argentina fuera del Mundial por primera y única vez en su
historia –las ausencias en las Copas del Mundo de 1938, 1950 y 1954 fueron por
diferentes causas políticas y no por quedar fuera en las clasificatorias– le
preguntaron en la primavera de 1970 a Osvaldo Zubeldia, técnico referencia de
la época, que a qué equipo iba a apoyar en México. El entrenador de Estudiantes
de la Plata no dudó, y dijo que sería feliz con una victoria de Alemania o
Inglaterra. El fútbol del momento era dominado por ases de la pizarra. El catenaccio se había llevado cuatro de
las últimas ocho Copas de Europa en las figuras de Helenio Herrera y Nereo
Rocco además de la Eurocopa de 1968 con Massimiliano Valcareggi al frente de la
selección italiana, mientras que en Sudamérica el propio Zubeldia –que había
revolucionado el fútbol argentino a partir del trabajo, la disciplina táctica y
la priorización de lo colectivo sobre lo individual– comandaba el dominio
despótico de Estudiantes de la Plata, que acababa de conquistar su tercera Copa
Libertadores consecutiva. Los deseos de Zubeldia, que tenían un trasfondo muy
acorde a sus ideales futbolísticos, los iba a aplastar la selección brasileña
con una exhibición de talento que dejaría fijado para la posteridad el cénit
del fútbol virtuoso y preciosista.
Tras el chasco del Mundial de 1966 en Brasil se abrió un
debate acerca del estilo de una Seleçao a la que habían cosido a patadas en
Inglaterra. La pluralidad de opiniones y tendencias se tradujo en una
inestabilidad en el banquillo de la verde-amarela
que parecía iba a tener fin con la llegada de Joao Saldanha a un año vista del
Mundial de México. El que fuera técnico de Botafogo a finales de los años 50
–salió campeón con el Botafogo de Garrincha, Nilton Santos y Didí en 1957–
había formado parte como reputado periodista –retomó el oficio tras dejar el
club albinegro– de las duras críticas a la selección, y el entonces presidente
de la Confederación Brasileña, Joao Havelange –que 5 años después pasaría a ser
presidente de la FIFA–, creyó comprar así al enemigo, haciendo bueno aquello de
Lyndon Johnson sobre el director del FBI Edgar Hoover: “Prefiero tenerlo dentro
de la tienda meando hacia afuera a tenerlo fuera meando hacia adentro”.
Esta apuesta supuso un punto de inflexión absoluto para el
devenir del combinado brasileño. Pelé regresó a la canarinha tras más de dos
años de ausencia con la vista puesta en el Mundial de México, Saldanha armó un
equipo que se recitaba de memoria –calcó el once titular en los seis partidos oficiales
de eliminatorias mundialistas– con seis jugadores del Santos en el once, innovó
en la preparación física y la alimentación del equipo para que éste no acusara
la altura del suelo mexicano y Brasil se clasificó para la Copa del Mundo
haciendo pleno de victorias (0-2 y 6-2 a Colombia, 0-5 y 6-0 a Venezuela y 0-3
y 1-0 a Paraguay) y asombrando al mundo con un jogo bonito cautivador.
Saldanha dibujaba un 4-2-4 que alternaba con 4-3-3 con pivote
único, con Félix (Fluminense) en portería, la zaga al completo del Santos con
el capitán Carlos Alberto y Rildo en los laterales y Joel Camargo y Djalma Dias
(padre del ex del Depor, Djalminha) como pareja de centrales, Piazza como
ancla, Gerson –que acababa de fichar por Sao Paulo procedente de Botafogo– con
recorrido para asociarse con Pelé, Jairzinho y Edu pegados a la cal y Tostao
como falsa referencia arriba. El técnico brasileño ponía la táctica a disposición
del talento y no al revés, enfocaba el entrenamiento a que sus jugadores
aprendieran a desempeñarse en distintas posiciones –ya como periodista
vaticinaba que el jugador del futuro inminente debería saber defender y atacar–
y abogaba por la flexibilidad en los sistemas, dando vuelo a los laterales y renegando
de las rígidas líneas defensivas de cuatro con aquello de “esto es fútbol y no
un desfile militar”. Saldanha juntó a Tostao con Pelé en el once –Vicente Feola,
seleccionador brasileño en el Mundial de 1966 utilizaba al primero como
recambio del segundo–, ‘humanizó’ a O’Rei haciendo de él un engranaje más –la
guinda– de una máquina perfecta y aprovechó el punto álgido de la carrera de
Tostao –con 23 años era capitán de Cruzeiro y acababa de alzar su cuarto
campeonato Mineiro consecutivo– para darle un papel de peso en el equipo donde
se hinchó a marcar goles. El ataque brasileño era pura magia, los Harlem
Globetrotters en un campo de fútbol donde el ‘10’ del Santos, el ‘10’ de Sao
Paulo, el ’10’ de Botafogo y el ‘10’ de Cruzeiro se repartían los espacios, los
alternaban y los atacaban con una naturalidad indescifrable.
1969. XI Tipo de
Brasil en la fase de clasificación Mundial 1970. DT: Joao Saldanha, 4-2-4.
Tostao
Pelé
Edu Jairzinho
Gerson
Piazza
Rildo Joel Camargo Djalma Dias Carlos
Alberto
Félix
Sin embargo, el escenario idílico que se veía sobre el campo
chocaba de bruces con la contaminada atmósfera que rodeaba a la selección.
Cinco años antes el gobierno conservador había tomado el país mediante un golpe
de estado, y el general Emilio Garrastazu Medici –que en agosto de 1969 había
relevado a Artur da Costa e Silva en la presidencia– comenzaba a ver un
problema en que un hombre como Saldanha, militante del partido comunista que
como periodista había explicado las barbaries en los campos de concentración de
Auschwitz o Teblinka, había sido arrestado con 29 años y disparado por un
policía tres años después en una protesta estudiantil, fuera la imagen de
triunfador proyectada por Brasil hacia el resto del mundo. Medici pidió a
Havelange que convenciera a Saldanha para que convocara a ‘Dada’ Maravilha,
delantero-tanque del Atlético Mineiro, goleador de perfil más estático y
pragmático –famosa es su frase: “Nunca aprendí a jugar a fútbol porque estaba
demasiado preocupado en meter goles”– que adolecía de ese virtuosismo con balón
que exigía un equipo tan exquisito. Saldanha no se dejó influenciar y respondió
valiente al presidente del gobierno brasileño: “díganle que yo también tengo
unas cuantas propuestas políticas para hacerle. Cuando él eligió a sus
Ministros yo no le di ninguna lista”. Saldanha,
tenía fecha de caducidad para el gobierno, él se lo olía y no por eso dejó de
denunciar las atrocidades de dicho régimen –al que responsabilizó de asesinatos
y desapariciones de 300 personas–. Su pulso con Pelé sería la gota que colmaría
el vaso y la coartada perfecta para fulminarlo. El técnico brasileño acusó a
O’Rei de sobrecargarse de partidos para solventar su bancarrota económica
personal y de jugar de manera pasota, algo que tuvo su punto álgido en un
partido de exhibición ante el Bangú (1-1) el 14 de marzo de 1970. Harto de esta
actitud, Saldanha comunicó tras el partido que Pelé no jugaría el siguiente
amistoso frente a Chile, sin saber que el que no estaría allí ese día sería él.
De forma inminente, Havelange disolvió el cuerpo técnico y Saldanha fue
despedido. El central Hércules Brito se puso en contacto con Tereza, la esposa
de Saldanha, para decirle que toda la plantilla excepto Pelé –que no se
posicionó– pedirían una rectificación de la Federación para que devolvieran el
cargo a Saldanha. Su mujer dijo que no merecía la pena, que nada conseguirían y
que era mejor que no se expusieran ante el poder y pelearan por conquistar la
Copa del Mundo.
Mario Zagallo, sin ideología política confesa, campeón del
mundo como jugador en Suecia 1958 y Chile 1962, y que había formado parte del
Botafogo dirigido por Saldanha, le relevó en el cargo. ‘Dada’ Maravilha
–ojito derecho de Medici– fue convocado
desde el primer momento por Zagallo, pero el retorno de Tostao –había estado
cinco meses de baja por un desprendimiento de retina provocado por un balonazo
a finales de 1969– le devolvió al ostracismo, al punto de no jugar ni un minuto
en la Copa del Mundo a pesar de ir convocado. Zagallo tenía dos meses para
amoldar las ‘fieras de Saldanha’ a su idea, y a pesar de que las probatinas previas
no obtuvieron los resultados esperados el equipo iba a romper a jugar coincidiendo
con el inicio del Mundial.
El nuevo técnico mantuvo el dibujo inicial de Saldanha pero
cambió algunas piezas básicas. La entrada de Roberto Rivelino por Edu en el
extremo izquierdo supuso que Brasil encajara en el equipo al quinto ‘10’, el de
Corinthians, un jugador menos vertical
que suponía echar más leña al fuego en cuanto a generación de juego se
refiere, multiplicando la creatividad y el tráfico en zonas interiores.
Respecto al equipo que había arrasado en la fase de clasificación con Saldanha,
además de Rivelino, Zagallo sustituye inicialmente la pareja de centrales del
Santos por la de Cruzeiro (Brito y Fontana) y da entrada al lateral izquierdo
de Fluminense, Marco Antonio –19 años–. La lesión de Fontana poco antes del
Mundial (aunque acabaría entrando en la convocatoria) obliga a Zagallo a
retrasar la posición de Piazza –que pasa a ser central– y a mandar al joven
Clodoaldo, que en el Santos cumplía labores mucho más ofensivas, a ubicarse en
la posición de ‘5’, protegiendo la espalda de Gerson y a sacrificándose para
sostener el bestial ataque que tenía delante. A última hora, la desconfianza
que generaba el portero Félix, llevó a Zagallo a consolidar el sector izquierdo
de su zaga, dejando fuera a Marco Antonio –que había sido titular en 9 de los
10 amistosos previos al Mundial– para meter a Everaldo, un lateral limitado
técnicamente pero que equilibraba la defensa cuando Carlos Alberto doblaba a
Jairzinho.
1970. XI Tipo de
Brasil en la fase final del Mundial 1970. DT: Mario Zagallo, 4-2-4.
Tostao
Pelé
Rivelino Jairzinho
Gerson
Clodoaldo
Everaldo Piazza
Brito Carlos
Alberto
Félix
Con un juego de ensueño, un ataque indefendible y liderados
por un Pelé que como decía Menotti sólo se le podía marcar con una tiza, Brasil
ganaría los seis partidos del Mundial y recuperaría el cetro perdido cuatro
años antes en Inglaterra. Solo la sólida defensa inglesa comandada por Bobby
Moore y su meta Gordon Banks –que haría la ‘parada del siglo’ despejando
milagrosamente un cabezazo Pelé– conseguiría llevar al límite a los de Zagallo,
que acabarían ganando con un solitario gol de Jairzinho –que marcó en todos los
partidos del Mundial, único jugador en la historia en conseguirlo– que finalizó
irrumpiendo por la derecha una jugada que Tostao y Pelé habían gestado desde la
izquierda. Inglaterra cayó con la cabeza alta ante un juego que ni en sueños
podían intentar imitar y que dejó para la posteridad aquella frase de su técnico
Alf Ramsey: “Nada tenemos que aprender de esta gente”. Tras superar en cuartos
al Perú de Teo Cubillas (4-2) en un partido de videoteca, y vengándose del
‘Maracanazo’ ante los uruguayos (3-1) en semifinales, Brasil conquistaría el
Mundial venciendo en la final a Italia (4-1) en lo que supuso una bofetada
histórica al catenaccio más puro.
Semanas después de que Brasil se erigiera como primer país en
conquistar tres Mundiales, un periodista volvió sobre los deseos iniciales de
Zubeldia y le recordó al técnico argentino sus preferencias sobre el campeón.
El entrenador de Estudiantes no se escondió: “Cuando dije que prefería ver campeones del mundo a Inglaterra o Alemania en lugar de
al Brasil fue porque veía en esos dos equipos el ejemplo de disciplina, de
trabajo en equipo, de ritmo, de funcionamiento. Pensé que el triunfo de Brasil
iba a ser perjudicial como ejemplo, porque sería el premio a la indisciplina, a
la falta de trabajo, al fútbol sin organización. Pero Zagallo me engañó. Miré
que yo creo en el trabajo. Pero sin materia prima, sin el valor humano, el
trabajo tiene un alcance limitado. Mi temor era que el triunfo del jugador de
calidad, de inspiración, de genialidad, se impusiera por encima de los sistemas,
la preparación y el laboratorio”.
Hasta
el seguramente mejor estratega de la época capitulaba ante lo que habían
presenciado sus ojos. Era el talento puesto al servicio del colectivo, y ante
eso nada había que hacer.Alberto Egea Estopiñán
@esttoper
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