Por primera vez en su historia todo
parece indicar que el Barça arrancará la temporada sin un delantero centro en
plantilla. Ni siquiera el ‘Dream Team’ de Johan Cruyff, que hasta la llegada de
Romario tantas veces había jugado con una engañosa referencia en punta
–entonces era Laudrup el que ejercía de falso ‘nueve’–, había renunciado a
tener esta alternativa –Julio Salinas– en ataque.
Cuando Guardiola cogió las riendas
del Barça su idea fue clara, su proyecto iba encaminado a terminar jugando sin delantero centro clásico. El jugador más
avanzado debía ser asociativo, dinámico, capaz de salir de su posición para
liberar zona de remate para la segunda línea, y feroz en la presión de la
salida de balón del rival. Claro que esta forma de jugar necesitaba tiempo para
cuajar porque los mecanismos ofensivos eran complejos y costaría asimilarlos. Guardiola
decidió prescindir de Samuel Eto’o nada más llegar, pero su alta ficha –inasumible
para la mayoría de equipos– y su deseo de permanecer en el club culé pudieron
más, y al de Santpedor no le quedó más remedio que planificar la temporada con
el camerunés. Un jugador del prestigio y carácter de Eto’o solo se entendía de
dos maneras: o fuera del equipo, o con un protagonismo total en él. Todo lo que
no fuera esto podría repercutir en la pérdida de compromiso del jugador, en la
inestabilidad del vestuario y en el rendimiento del equipo. Consciente de esto,
Guardiola le dio galones. Eto’o era un ‘nueve’ que cumplía los parámetros
básicos. Nadie presiona como él, su movilidad es total, contagia actitud al
equipo y asumiría el rol de goleador del equipo mientras se gestaba una bestia
que acabaría por acaparar este cometido, Leo Messi.
El resultado fue un éxito. El Barça
ganó todo y Eto’o terminaba la temporada con 36 goles. Sin embargo, en lo que
Guardiola definió como una “cuestión de feeling”,
Eto’o salía del Barça, que traía a Ibrahimovic en su lugar. Guardiola ponía por
encima de todo la salud del vestuario, para lo que el carácter del camerunés
consideraba una amenaza. Resultó que la llegada de Ibra iba a suponer salir del
fuego para caer en las brasas. Su soberbia no cabía en el vestuario y su juego
no encajaba en el modelo. Se buscaba que con las continuas ayudas que exige el
marcaje del sueco se desahogara la zona de circulación de balón, superpoblada
de rivales a la hora de defender a un equipo que ya era el más estudiado de
Europa. El experimento resultó ser un fracaso. Su afán por retener el balón
frenaba la fluidez en la circulación de balón culé, y su juego estático,
incapaz de salir de su zona, estorbaba las incursiones de Messi. En partidos
machos con resultado en contra y ante equipos cerrados su presencia solo
restaba. Ni siquiera su altura era un recurso que aprovechar, puesto que
semejante inmovilismo facilitaba su marcaje. En estos escenarios –ante
Estudiantes en la final del Mundialito de Clubes o ante el Inter en los dos
partidos de semifinales de Champions– en los que se necesitaba altura en
ataque, hubo que recurrir a Piqué, que sin conocer el oficio de delantero, es
capaz de sorprender entrando, de fijar a los centrales, y hábil para despejar
la zona cuando es necesario. Cada vez estaba más claro que la presencia de un
delantero-boya, aunque se tratara de uno de los mejores del mundo, entorpecía
el ataque del equipo.
A Guardiola no le temblaba el
pulso, reconocía el error y vendía a Ibrahimovic, que había supuesto un negocio
ruinoso para el club, pero que más ruinoso podía ser en caso de mantenerlo.
Villa parecía una apuesta más sólida. Aunque menos técnico que el sueco, su
perfil más dinámico, su capacidad para jugar en banda y su idilio con el gol
dejaban pocas dudas de cual iba a ser su rendimiento. Su posición natural en el
equipo se acabaría acostando en la banda, y de las tres campañas en el club
–grave lesión mediante– solo alcanzó el rendimiento esperado en la primera
parte de su primera temporada.
Tras una temporada en la que Tito
Vilanova apenas confío en su único delantero centro al uso –David Villa–, el
‘Tata’ Martino decide que la marcha del asturiano no tenga un recambio de su
perfil. La decisión puede parecer arriesgada, pero le sobra coherencia. Con la
llegada de Neymar –que parece que como Messi, lo jugará todo–, dos de las tres
posiciones en ataque tienen dueño, y el tercero deberá ubicarse en banda.
Alexis, Pedro y Tello –e Iniesta si es desplazado a la banda– pelearán por este
puesto y por los minutos que perdonen Messi y Neymar. La base en ataque es
clara. Dicho esto, se plantea el eterno debate del plan B –de la necesidad o no
en plantilla de un ‘nueve’–, que curiosamente sale a relucir en los contados
partidos en que el Barça no consigue remontar –en los que lo consigue la
discusión se olvida– ante equipos que se encierran en su área de manera
descarada. Para evitar el oportunismo, conviene anticiparse al debate, antes de
que lleguen este tipo de partidos. Que llegarán.
El modelo del Barça es jugar sin
‘nueve’, y entrena convencido de esa idea, porque la zona que ocuparía el
teórico punta es el espacio vital en el que Messi ejecuta, en el que es
decisivo. Ante un partido atascado, el equipo está convencido de poder anotar
antes jugando sin ‘nueve’ que de una forma en la que no creen y para la que no
han entrenado. Si se recurre puntualmente a colgar balones a un tipo alto que
actúe como delantero, mejor sorprender con un tipo como Piqué al que nadie
espera, que con un cambio en la alineación que advierte a la zaga rival de la
necesidad de cambiar la forma de defender, y que impide en un mismo partido volver
a atacar de forma natural para el equipo –combinando– en caso de fracaso de
dicho plan B –atacar con ‘nueve’ fijo–.
La evidencia se encuentra en la
experiencia del pasado. Si con un ‘nueve’ como Ibra, que juega de espaldas y
baja balones como nadie, el Barça no supo sacar ventajas aplicando este
sistema, ¿para qué un delantero estático en el que nadie cree y que
desnaturaliza la idea original del equipo?
Si como alternativa táctica se
pretende jugar con un jugador en la posición de ‘nueve’ para fijar a los
centrales y descomprimir la zona de tres cuartos donde debe fluir el balón, no
es necesario que dicho jugador deba tener las características de un ‘nueve’ al
uso. La demostración la hizo Guardiola en el partido de la primera vuelta de la
Liga 2011/12 disputado ante el Real Madrid en el Bernabéu (1-3), donde colocó a
Alexis Sánchez en esa posición, lo que permitió a Messi asociarse sin tanto
tráfico, y al chileno inquieto como siempre, martirizar a la defensa jugando al
borde del fuera de juego.
Está claro que cuanto más amplio sea el abanico
de perfiles de jugador en la plantilla
mayor será el margen de maniobra que tendrá el ‘Tata’, pero tratándose
de un corte de delantero prescindible, mejor mirar a la cantera y permitir que
un diamante como Dongou, que parece tener el límite en el cielo, pueda seguir
creciendo a la vera de un técnico de mucho más talento que el que lo dirigió la
pasada campaña.
Alberto Egea Estopiñán
@esttoper
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